¿La discapacidad puede salvar al mundo?


Es difícil tener real conciencia de cómo vive un preso, si uno no lo es (o lo fue), qué le pasa a quien fue abandonado por su familia si uno no pasó por ello, qué siente quien se entera de que tiene una enfermedad incurable si –por suerte- tampoco le ocurrió. O quien perdió un hijo. Quien fue violado o maltratado. O tantas otras circunstancias a las que estamos expuestos en la vida y que, mientras pasan al lado, solo nos causan cierta piedad, compasión, o hasta ganas de ser más dispuestos y ayudar a quien transita por una situación como éstas.

Como muchos de mis seguidores saben, a mí me tocó de cerca la muerte –que Dios quiso hacer pasar de largo- y quedar discapacitado para poder movilizarme solo, porque mi cerebelo quedo afectado por una hipoxia de la cual vengo tratando de restablecerme desde hace más de cuatro años, algo que gradualmente voy logrando, con mucho esfuerzo.

Pero no es a mi caso que quiero referirme, sino a lo que uno aprende en ciertas situaciones de adversidad que la vida le pone por delante. Para ello son, después de todo. Y el hombre, cuanto menos puede, parece que más fuerzas, paciencia, ideas y trabajo pone para que lo imposible se convierta en realidad (si no, pregúntenselo a los japoneses…).

En las discapacidades, uno trata de “correr los límites” que ella le impuso. Cada día tratamos de llegar un poquito más lejos en lo que podemos hacer, y ponemos empeño y esfuerzo en el tratamiento, que –a veces más rápido, a veces menos- va achicando los impedimentos y permitiendo que se alcancen maniobras que antes eran imposibles.

Para que ello pase, no es cuestión de trabajar tanto con el cerebro. Si bien es cierto que trabajar la parte intelectual mejora las redes neuronales y todo ello siempre es una ayuda más en la recuperación, en verdad el ir logrando recobrar capacidades perdidas se alcanza trabajando desde el mismo lugar que quedó en problemas. Es decir, si mi mano derecha no me responde, el tratamiento no se hará en mi cerebro, en mi cabeza, en mi intelecto, sino en una dinámica de ejercitación desde el mismo lugar afectado: la mano derecha. La repetición del trabajo que esa mano ya no puede hacer sola y que le ayudamos con el tratamiento a que vuelva a hacerla, va siendo adquirida por el cerebro, que va “entendiendo” el problema y asumiendo, día a día y con mucha paciencia, la tarea que se está tratando que la mano realice. En síntesis, no es el cerebro desde donde se “arregla” la mano, sino desde la mano…

Esto que comento, ya sabido, apareció de pronto en mi cabeza como una forma de lograr empezar a mejorar el mundo. A la vista está (y en este momento, más que en las últimas décadas) que los grandes cerebros (líderes) del mundo, poco pueden –o quieren- hacer para que este planeta sea un lugar más habitable de lo que es. En el último siglo se han alcanzado innumerables ventajas y alcances tecnológicos, médicos y de otras índoles, pero los problemas políticos, económicos y sociales van quedando en desventaja frente a aquellos adelantos mencionados, y en muchos rincones del planeta cada vez se vive peor: guerra, hambre, terrorismos, persecuciones religiosas, intentos secesionistas en muchos países, desastres ecológicos y más problemas sin soluciones a la vista (el mismo Obama, por ejemplo, reconoció en la Cumbre sobre Ecología que lo que hoy en día se puede hacer en ese aspecto para frenar el deterioro provocado ya es tan poco que no alcanzará a revertir la situación).

A la vista de las dificultades expuestas, es indudable la incapacidad de los actuales líderes del mundo para combatir tantos flagelos que azotan a la humanidad, y me pregunto: ¿será hora de que dejemos de tratar de arreglar las “discapacidades” del planeta desde el cerebro y empecemos a tratar de corregir las anomalías desde las bases? ¿No será hora de que, como dijo Francisco, comencemos a “hacer lío” (léase “ocuparse de lo que los líderes no pueden resolver”) en menor medida pero en grandes cantidades, las ONGs, las instituciones intermedias y la ciudadanía organizada? Cierto es que los gobiernos van a interceder siempre y la ley los ampara en ello, pero no menos cierto es que desde el cerebro no se arregla la discapacidad y desde los gobiernos no se arreglan los problemas. Solo es una analogía, una reflexión para meditar, a partir de lo que, a mí como a tantas personas, nos aqueja, que es la discapacidad. ¿Podrá entenderse alguna vez que los problemas deben resolverse no tanto desde el cerebro sino desde los sectores afectados? Desde mi amada ONG en la que participo, todos los días se le cambia la vida a alguien, y cambiarle la vida a esa persona es también cambiar el mundo. Porque para esa persona, el mundo cambió desde que se lo asistió y pudo tener lo que necesitaba (una silla de ruedas, una operación de cataratas, un perro lazarillo, una capacitación, un rato de compañía). Cambiar el mundo de a poquito y desde el lugar afectado, quizás, sea la verdadera forma de lograr el gran cambio. ¿Vos qué opinás...?

"GRACIAS... TOTALES"

Dios siempre es generoso. Gustavo y su música forman parte de nuestra vida, y nunca se desprenderán de nosotros.
Descansa en Paz, Gustavo. Seguirás vivo en tu música y en nuestras almas.