Una buena cosecha


Se va 2007. “El tiempo pasa”, dice La Negra. Cada uno hace (o no) sus reflexiones, su balance, sus “promedios”. Y festeja (o no). Y se entusiasma con el nuevo período, con la posibilidad y la esperanza que cada nuevo año alberga (o no). Y proyecta etapas, vivencias, situaciones, realidades (o no).
En lo personal, considero que siempre es bueno recoger lo rescatable que el tiempo nos va dejando y valorarlo en su justa dimensión. No soy un nostálgico –aún, quizás- pero sí aprecio lo que queda después de “filtrar” aquello no tan importante que nos pasa. Es lo que se incorpora a la esencia de cada quien, y lo transforma un poquito (y solo un poquito, nadie cambia demasiado con el devenir de los años, creo).
“Vos qué opinás?” está entre mis grandes rescates de este 2007. Me permitió llevar adelante mis inquietudes, hacer mis catarsis sobre distintas cuestiones –algunas más triviales, otras más profundas-, provocó algunos debates, aunque no tantos, y se entrelazó con mentes de distintos órdenes, creencias, culturas, orígenes y hasta nacionalidades (como cualquier blog, por supuesto). ¡Si hasta un periodista extranjero, mi amigo Pedro León Jáuregui, honró mi espacio con una nota tan colombiana como él! Y así, el blog se transformó en una experiencia muy nutritiva, por cierto, que me enriqueció a mí y, espero, en algo también a los lectores y comentaristas.
Ocupaciones laborales (de algo hay que vivir...) y comunitarias impidieron una comunicación más fluida de mi parte, pero aún así alcanzó para generar un hermoso ejercicio intelectual de críticas y propuestas que, de paso, permitieron que despunte mi vicio periodístico de manera más que libre, tanto en temáticas, como en opiniones y en momentos de redactar o de hacer la pausa.
Vuestras opiniones y las mías hicieron bastante el amor y entraron muy poco en conflicto, lo cual no desmerece el emprendimiento –todo lo contrario- pues quiere decir que se puede comulgar en el pensamiento y en las ideas aún en estos tiempos tan irregulares. Máxime teniendo en cuenta mi habitual posición intermedia, moderada, conciliadora. Lograr que los visitantes coincidan en buena cantidad con mis ideas y propuestas ha logrado llamarme la atención en más de una oportunidad a lo largo de la publicación.
Quiero agradecerles y saludarlos a todos los que estuvieron del otro lado. Leyendo, comentando, criticando, debatiendo, motivando, “haciendo el aguante”. A todos. Desearles unas fiestas muy religiosas para quienes sean practicantes y muy divertidas para quienes no; doce meses muy venturosos, muy prósperos, pero también muy reflexivos y un poquito solidarios...
Dicen que se cosecha lo que se siembra. Yo cosecho en este 2007 un grupo de amigos lectores que me llenan de orgullo y que espero seguir conservando durante 2008. A lo mejor, si seguimos debatiendo, podemos cambiar en algo nuestro ya pequeño mundo (o no...) ¿Vos qué opinás...?

¿Go home?


Hay situaciones que, si no lo tienen a uno como protagonista, complican la decisión de tomar una posición al respecto. ¿De qué lado ponerse cuando en los dos “bandos” hay algo de razón? De hecho, hay quienes optan por no tener una postura definida en ciertas ocasiones, algo no muy recomendable, por cierto (“a los tibios los vomita Dios”, repetía insistentemente con aires intelectuales algún mandatario guardador de lo ajeno, hace algunos años).
Siempre sostuve –incluso desde esta columna- la no discriminación, por ningún motivo. Pero hay un pariente cercano de la discriminación, la xenofobia, que plantea aristas como las del inicio de esta nota. Hoy se ven (se siguen viendo, bah) actos xenófobos en distintos puntos del planeta que, creo, plantean ciertas razones desde discriminados y desde discriminadores.
Haciendo una analogía, me ubico en la situación de alguien que consiguió acceder a una propiedad, con un buen confort, después de mucho tiempo de esfuerzo por alcanzarla: ¿qué haría esta persona si un okupa invade su bien para disfrutar de lo que nunca peleó por obtener? ¿la alojaría con hospitalidad y compartiría su vivienda? ¿permitiría que un extraño usurpe la protección y el confort que él supo conseguir?
Se me ocurre que es lo mismo que deben sentir los ciudadanos de las naciones que alcanzaron un estándar de vida alto y sufren la permanente inmigración de quienes salen de sus países en busca de seguridad y progreso. Una verdadera invasión que, como toda invasión, provoca alguna lógica reacción de parte de quien es invadido.
Sin embargo, del otro lado están quienes argumentan que determinados bienestares se consiguen a costas de pesares ajenos. Aquellos que se ubican en esta posición reflexionan que “algo de este confort me pertenece…” Y entonces se proponen disfrutar de comodidades que no creen estar usupando.
Lógicamente, es una definición política la que determina ambas dispares posiciones (¿derecha e izquierda? ¿capitalismo o comunismo?). Es difícil encontrar puntos medios en disyuntivas extremas, y ésta verdaderamente lo es. No es tema nuevo ni tendrá corta vigencia en adelante; no obstante, las permanentes migraciones (legales o no) crean situaciones de resistencia en muchos y de posibilidades de explotación en otros, menos escrupulosos. Aún en países subdesarrollados –y mucho- como el nuestro, se conocen a diario noticias de discriminación “gentilicia” o de sometimiento a condiciones laborales y de vida infrahumanas a “hombres de buena voluntad” (como alguna vez llamaron a los inmigrantes los iniciadores de la Patria) que llegan a estos horizontes en busca de un bienestar que a menudo hasta se convierte en tragedia…
Es sin duda labor del Estado la de regular las corrientes migratorias, sin perjudicar a nacionales o extranjeros, pero los Estados ya sabemos lo que son.
Yo me defino por no limitar fronteras (un anacronismo a esta altura), pero proteger siempre de modo eficaz a quienes promueven con trabajo, inversión y nacionalismo el crecimiento de un país. ¿Vos qué opinás...?

Sabor a nada


Pasaron las elecciones. Solo cada cuatro años elegimos Presidente y todo lo que ello involucra (un gabinete en el Poder Ejecutivo, un respaldo en el Poder Legislativo... y hasta injerencias en el Poder Judicial, la mayoría de las veces!).
Ya han pasado, nuevamente, y han sido por demás insípidas, intrascendentes. Más allá de que haya quienes poco reflexionan y mucho festejan –como siempre- o quienes mucho reflexionan y poco festejan –como siempre, ergo-, la elección, en su desastroso proceso dominical, no fue más que el anunciado corolario de una campaña por demás hueca, poco seria, hasta irrespetuosa. Irrespetuosa, sí, porque el común denominador fue la acusación: de mentirosos, de corruptos, de traidores, de despóticos o de lo que se pueda imaginar. Sobre el agravio permanente giró la propaganda y todos los actos de prensa de los candidatos a lo largo de los muchos meses que duró. Desde el oficialismo o desde la oposición, sin diferencias. Las propuestas, las ideas, los lineamientos políticos, nada de eso apareció. Solo ofensas, y nombres. Nombres; después de todo, de eso se componen las boletas: nombres, apellidos, personas...
Los argentinos parecemos condenados a elegir boletas que no incluyen en su integridad posturas políticas definidas. El concepto de Partido casi no existe. Los candidatos fundan a cada momento agrupaciones nuevas que no marcan firmemente ninguna ubicación en el espectro. Todos son “pragmáticos” (algo por demás inconsistente). Desde la derecha –nadie se manifiesta como “de derecha”, por cierto) hasta la izquierda más rancia, pasando por el “centro progresista”. Todos son lo mismo, solo se diferencian por su nombre y por su declamada honestidad. Carrió pudo llegar a aliarse con López Murphy, aliado a su vez de Macri. ¿Todos tienen la misma posición? Las boletas del Frente para la Victoria tienen varios candidatos en un mismo distrito. ¿Cómo se entiende? Que alguien me lo explique, por favor.
Y así votamos otra vez un segundo mandato. Aunque el nombre sea otro. Todos sabemos cómo nos fue con un segundo mandato, hace poco todavía. Los tiempos políticos de hoy no son tiempos de estadista. El largo plazo solo llega hasta cuatro años, como muy exagerado, pues es el único tiempo que al político en el Poder puede importarle. Sin embargo, volvimos a caer en la trampa...
Siempre creí que los políticos no son más que lo que las sociedades generan. Nuestros políticos nacieron acá, no son importados. Y la prueba se pudo también observar en estos días, con la tremenda devolución de responsabilidades de ejercer como autoridades de mesa, o con la avivada de ir a votar tarde para evitar quedar involucrado en una ausencia en la mesa electoral. Todos somos poco comprometidos, todos somos facilistas y todos engendramos los jefes que tenemos (“todos” es una generalización, obviamente).
Ni el cruel acto terrorista de tres días antes en los que murieron tres policías fue suficiente para que la sociedad o la clase política reaccionara (ah, cierto! Fue un asunto de polleras. Siete delincuentes para una venganza pasional...)
Ojalá me equivoque en los pronósticos. Ojalá el advenimiento femenino al poder permita un toque de humanismo, por demás necesario. Y ojalá crezcamos para poder tener una mejor dirigencia y decentes administraciones.¿Vos qué opinás...?

El "cambio"


Que a los políticos no se les cae una idea es una verdad que sufrimos desde hace muchos años. Una constante en todos estos períodos democráticos que venimos viviendo los argentinos (digamos los latinoamericanos). No solo porque faltan proyectos superadores, innovadores, creativos, sino también porque llegan a confundirse las distintas opciones que los partidos ofrecen, al postular similares preceptos aun desde corrientes muy opuestas en al abanico político.
Pero hay cuestiones que ya llegan al hartazgo, porque rebajan la propuesta a niveles casi inaceptables por lo vago e inconsistentes que resultan. Hoy -en época de furiosa actividad preelectoral- vemos, leemos, escuchamos promover “el cambio” como opción desde cualquier partido, de cualquier extracción que sea. Es más: no importa si es desde el oficialismo o desde la oposición, porque los mismos gobiernos (nacionales, provinciales o comunales) utilizan el término al proponer “seguir profundizando el cambio”, dejando por entendido que el mismo ya empezó y que es menester continuarlo...
Y me surge la pregunta: ¿cambiar qué? ¿por qué nadie dice qué es lo que hay que cambiar? ¿por qué nadie explica con qué otra cosa se va a reemplazar lo que debe ser cambiado? ¿y por qué nadie expone de qué modo se va a producir ese cambio? Solo se menciona “el cambio”, como fórmula mágica. En todos los distritos se ven propagandas con la misma propuesta, inclusive de candidatos del mismo partido.
En los veinticinco años que llevamos eligiendo administraciones, hemos tenido diferentes propuestas políticas encumbradas en el poder. Una pretendida social-democracia en los albores del período, un siniestro capitalismo a ultranza en segunda instancia, un período de indefinición que llevó a la máxima debacle en tercer término, y un populismo setentista en la actualidad que parece querer llegar hasta después del bicentenario de la Patria. Estos “formatos” políticos llegaron casi disfrazados (a excepción del primero), porque lo que propusieron en sus campañas previas muy poco tuvieron que ver con lo que finalmente se realizó desde el Gobierno. Sin embargo, desde la “Renovación y Cambio” que proponía Alfonsín con su corriente en 1983 hasta hoy, todos quienes quieren acceder a gobernar promueven el “cambio”, sin definir de qué se trata el mismo.
En 2002, el reclamo de “que se vayan todos” se planteaba con tremenda resonancia en todos los rincones del país. Solo cinco años después, nos siguen proponiendo repetidas necedades, las mismas inconsistentes “ideas”, los mismos frágiles eslóganes, y nada más.
Como ciudadanos, poco hemos crecido desde aquellos cruciales momentos históricos de principio de siglo, con pretensiones de revolución de barrios y asambleas populares. Las urnas mayores, las nacionales, nos esperan nuevamente, y solo nos proponen, una vez más y van... “el cambio”. ¿Vos qué opinás...?

¿Futuras leyes?


Siempre me llamaron la atención. Son como leyes, que no son leyes. Y que quizás por eso mismo, se cumplen más a menudo. Incluso los hay para las distintas actividades, o géneros. No todos los tienen, o los respetan, pero cuando se poseen y aplican, brindan un marco a veces mucho más seguro que la mismísima legislación. Me refiero a “los códigos”.
Los códigos son reglas que no están escritas en ningún lado, pero que “regulan” convivencias entre personas o grupos.

Tienen dos condiciones esenciales para que sean aplicados: la primera, obviamente, es conocerlos. Nadie puede respetar aquello que no sabe que debe hacerlo –no obstante, los códigos nacen generalmente del sentido común y por ende, casi que ni siquiera es necesario aprenderlos-. Se transmiten entre miembros de una comunidad específica y cuando uno ya lo sabe, y ejerce también la segunda condición, comienza a aplicarlos.
Esta segunda condición es “la lealtad”. Al no ser leyes, no es obligatorio el respeto a estas reglas, con lo cual solo depende de la lealtad de los miembros del conjunto el llevar adelante dichos códigos.
Se habla permanentemente de los “códigos de las mujeres” o “de los hombres”, los “códigos de la política”, los “códigos militares”, los “códigos del fútbol”, los “códigos de la mafia” o “de los delincuentes”, los códigos entre colegas de cualquier profesión… A veces rozan con la complicidad, otras con la actitud generosa, algunas con el misterio o la reserva, otras con los límites de dónde debe llegarse y dónde no. Son como pequeños “pactos” que no figuran en ningún lado, pero que se asumen como vigentes para llevar adelante las actividades o resguardarse de ocasionales conflictos que pudieran llegar a surgir.
Los códigos, cuando existe el compromiso de cumplirlos, permiten una mejor coexistencia, pues “marcan la cancha” y el reglamento del juego que esa corporación desarrolla. Aportan claridad, señalan límites, a veces hasta castigos. Quienes no los respetan se ganan la antipatía –cuando no la venganza- del resto, y difícilmente quien haya violado los códigos pueda volver a resultar pasible de confianza.
Si bien son corporativos, por lo cual dejan fuera del alcance a quienes no pertenecen al sector, a mi entender los códigos constituyen una interesante forma de relación entre los seres humanos, pues por lo general son maneras más consensuadas que las leyes sancionadas, que regulan a todos pero habitualmente son ideadas por unos pocos. Lógicamente, nunca van a reemplazar a la normativa necesaria para entablar las bases de una sociedad, pero puede decirse a su favor que hasta generan cierto orgullo entre quienes los consideran y adhieren.
Quizás, algún día, los códigos sean aún más de lo que hoy son, incorporen a más y más gente en su “reglamento”, abarquen no solo a sectores sino a comunidades íntegras y mantengan a sus miembros respetándolos por elección y no por imposición. Creo que los códigos de hoy son gérmenes de los futuros códigos legales, una especie de legislación imberbe que –casi con seguridad- permitirá que la especie humana se respete más y se relacione mejor. ¿Vos qué opinás…?

Discapacidades eran las de antes


Hablar de discapacidad es, hoy por hoy, algo que puede abordarse sin los tabúes de otros tiempos. Un tema al que nos podemos referir abiertamente, tratarlo en toda su dimensión, incluso con los mismos involucrados. Atrás quedaron complejos sobre la cuestión –no a nivel personal sino colectivo- y las culpas, las vergüenzas y los ocultamientos ya no forman parte del asunto. Sí quizás aún, y por desgracia (yo diría que por lo primitivo que el hombre todavía es), sigue habiendo discriminación en muchos casos y situaciones que, por acción u omisión, terminan perjudicando a quien ya padece una limitación.
Sin embargo, yo creo que los llamados "discapacitados" gozan de una virtud que, normalmente, las personas "no discapacitadas” no tienen: esa potente voluntad de superación que todo ser humano en situación adversa es capaz de sacar a la luz desde su fuero más íntimo. Es habitual ver a ese tipo de personas alcanzando excelsas realizaciones, que las "normales” no pueden llegar a cristalizar.
Sin embargo, desde mi punto de vista, el tema de la discapacidad es altamente relativo. Y lo es simplemente porque en el mundo actual, las discapacidades se han vuelto más una cuestión intelectual que física. Hoy es mucho más “discapacitado” alguien que no tiene determinados conocimientos y destrezas que quien no puede caminar… Durante siglos, el hecho de trabajar estuvo íntimamente relacionado con el cuerpo. Las labores a las que los hombres y mujeres debían abocarse necesitaban de la capacidad motriz, manual, corporal que las personas pudieran llegar a realizar. En la actualidad, eso ya no es tan así. El trabajo de estos tiempos tiene un porcentaje de labor mental e intelectual muchísimo más alto que en la antigüedad, lo que minimiza las discapacidades comunes a límites muy pequeños en relación a otrora. Por otra parte, TODAS LAS PERSONAS DE ESTE MUNDO SOMOS DISCAPACITADAS, porque todos tenemos muchas capacidades pero también innumerables faltas de capacidad para una u otra cuestión.
Días atrás, en un viaje en subterráneo por Buenos Aires, un joven de buena condición y aspecto pero al que le faltaba un pie se presentó de pronto en el vagón para mendigar una colaboración, ayudado por un niño en la recolección del dinero. Me invadió una profunda sensación de bronca que alguien que se veía con aptitudes normales para acceder a cualquier trabajo de los miles que existen hoy y en los que no se necesita un pie, practique una indigna forma de “ganarse la vida” y en la que sí lo necesitaba, porque terminaba desplazándose de un lugar a otro.
Es inconcebible –al menos desde mi parecer- que alguien limite su vida por una cuestión que, sin dejar de ser traumática, de todas formas no puede transformarse en un obstáculo insalvable, mucho menos hoy día.
Una publicidad gráfica que aparece estos días en las revistas de negocios contiene una frase que reza: "Innovar es convertir cada límite en un nuevo punto de partida". Algo que parece muy lejos del alcance de la mayoría pero que, sin embargo, los "discapacitados" (siempre le pondré comillas…) saben cómo hacer realidad cada día, todos los días. ¿Vos qué opinás…?

Sistemas y respetos


La Argentina se debate permanentemente y desde hace muchos años en una búsqueda de culpables a los diferentes problemas que surgen. Algunos de estos problemas se enquistan en la sociedad o en las cúpulas, otros duran un período y se desvanecen para dejar lugar a nuevos dilemas, pero todos terminan dejando la sensación de que nadie ha sido –por acción u omisión- el verdadero responsable de que ello haya pasado.
Hoy, la violencia en el fútbol parece un rompecabezas sin solución. Es verdad que no hay nada nuevo bajo el sol (Basile, un hincha de Racing, murió en la cancha de Boca cuando una bengala –casi un misil...- que cruzó todo el estadio desde la tribuna opuesta se incrustó en su cuello, hace casi 25 años...). Cierto es que en los últimos tiempos las rivalidades –por llamar de algún modo a los salvajes enfrentamientos entre barras, a veces del mismo club- han tomado un carisma inusitado que otrora no tenía.
Ayer nomás, los piquetes entorpecían no solo el paso sino también la vida de los ciudadanos que se desplazaban a sus lugares de trabajo o a sus hogares y se convertían en secuestrados en sus propios automóviles de un grupo marginal, por cierto, que utilizaba como medio de protesta al sistema el cautiverio temporal de quienes aún podían trabajar.
Un poco más atrás, los ya lejanos cacerolazos hacían saber la ira que provocaba en los ahorristas el arrebato de sus fondos –a veces fruto del trabajo de toda una vida- después de la sanción de una Ley que aseguraba exactamente lo contrario unas pocas semanas antes.
La enumeración sería muy larga, tanto en la Historia como en el presente. Y podría incluir desde acciones que perjudican a miles o millones de personas hasta actos tan individuales como trasponer la luz roja del semáforo o colarse en la cola del banco. La diferencia de que el daño involucre a más o menos gente solo agrava la cuestión, pero no cambia el concepto básico del asunto, motivo de la presente nota: no hay sistema que resista si nadie lo respeta...
Las leyes pueden estar todas escritas, pero si solo son papeles con letras, que es lo que físicamente son, el sistema no funciona. Los métodos pueden haber sido muy concienzudamente pensados, pero si nadie repara en ellos, nunca cumplirán su cometido. La autoridad puede tener muchos símbolos que la identifique, pero si nadie le confiere esa autoridad a los símbolos y a quienes los llevan, no habrá verticalidad posible.
Vivir en sociedad implica establecer pautas de convivencia que permitan desarrollar a sus integrantes de manera justa, equilibrada, con igualdad de oportunidades. Sabido es que en casi ningún lugar del mundo esto es absolutamente así, pero también es cierto que aquellas naciones que aprendieron a hacer valer sus códigos hoy gozan de una calidad de vida en cada uno de sus miembros que lejos estamos de vivenciar quienes todavía buscamos al culpable en cada uno de los innumerables problemas que un pueblo vive permanentemente. La democracia se compone de tres poderes, pero solo uno de ellos es el que reasegura que se cumplan las normas ya establecidas y las nuevas que generan los otros dos. Si ello no es así, culpables va a haber siempre, porque la misma naturaleza humana genera seres que se aprovecharán de aquello. La base de todo está allí: no hay sistema que resista si nadie lo respeta. ¿Vos qué opinás...?

De a poco, pero se aprende


La noticia alivia. Esperanza. Hasta promete. Pareciera querer torcer aquella vieja premisa de que “el sentido común es el menos común de los sentidos”. Porque la democracia parece hija de la ignorancia (de hecho, las políticas de Estado no han hecho otra cosa que promover ese modelo en las últimas dos décadas), y el antiquísimo truco de cambiar bienes –por demás paupérrimos, por supuesto- por votos siempre termina dando buenos resultados para quienes alimentan el sistema...
Sin embargo, La Rioja dio un nuevo paso para torcer esa constante. El fin de semana, las elecciones en ese distrito parecen haber sepultado para siempre un modelo impuesto por un hijo de esa tierra (hay quienes le dicen hijo de otra cosa...), defenestrándolo en el acto democrático aún en su propio pago chico, Anillaco. Y hubo festejos de quienes habrán sentido vergüenza muchas veces en los ´90 por el hecho de que sea un comprovinciano quien impusiera paradigmas foráneos –una vez más- que tenían beneficios de patas cortas y perjuicios de patas largas que llegarían hasta las mismas bases de la Nación, afectando la economía, el trabajo, la salud y hasta la dignidad de los argentinos “de buena voluntad”.
Los aprendizajes son duros, y son lentos. Sobre todo cuando lo que se enseña es justamente lo que no hay que aprender, y la gente tiene que ser autodidacta a partir de la experiencia solamente, desoyendo marketineros eslóganes de politiquería traidora y métodos perversos de compra de voluntades que apuntan a lo de siempre: el privilegio de los poderosos sobre el sufrimiento de las bases populares.
Hoy La Rioja es una pequeña luz de esperanza en el camino. Que no es la primera, pero que es importante porque parece marcar una maduración consecutiva al derrotar en las urnas al riojano más célebre –lamentablemente- de los últimos tiempos históricos, propinándole una verdadera paliza electoral que, seguramente, lo pondrá en su verdadera dimensión de muerto político de una vez por todas. Una lección que también se aprenderá en el resto del país, y pondrá a la gente (no a los políticos, no a los medios, no a las instituciones corrompidas, a “la gente”) en el primer plano de decisión, un lugar que nunca debiera abandonar. ¿Vos qué opinás...?

¿Para dónde vamos?


Por Pedro León Jáuregui Ávila
del Diario "La Opinión" de Cúcuta, Colombia
para "¿Vos qué opinás...?"


El profesor Gustavo Moncayo llegó, el miércoles 1º de agosto, a Bogotá y se instaló en la Plaza de Bolívar para clamar por un acuerdo humanitario que le permita recuperar a su hijo Pablo Emilio, en poder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).
El educador llegó procedente de Sandoná (Nariño) después de una travesía de 40 días y más de 900 kilómetros; su hijo cumplirá diez años privado de la libertad el 22 de diciembre, por el delito de tener un uniforme.
El presidente Álvaro Uribe Vélez, el jueves, se reunió con Moncayo y luego ofreció una rueda de prensa donde cotejó el sentir de un pueblo cansado de todo lo que ocurre en Colombia.
¿Cansado de qué? De sufrir las presiones de los grupos al margen de la ley y de la falta de políticas serias por parte del gobierno que busquen una solución a la falta de libertad.
Somos un pueblo que no sabemos qué queremos y lo peor es que estamos haciendo lo del avestruz que entierra la cabeza en la arena para no observar el peligro que lo rodea.
La educación y la salud se han privatizado de manera paulatina y las mejores empresas se han vendido.
Lo anterior obliga a preguntar ¿quién va a ganar? con estas determinaciones.
Es deber del Estado brindar educación y salud a los ciudadanos en vez de gastarse el dinero en la compra de armas en detrimento de brindar el mejor servicio a sus electores.
El ciudadano común está cansado de todo, de la falta de sanciones severas a los corruptos que asaltan el erario público y después de tres o cuatro años regresan a las andadas y a disfrutar el producto de lo que robo.
El escándalo de la narcopolítica sirvió para desenmascarar algunos peces grandes pero los tiburones siguen sueltos y creando nuevos líderes para confundir al pueblo con sus imágenes maquilladas.
América Latina se mueve en ese bloque de líderes útiles a los intereses de un grupo minúsculo de dirigentes movidos solo por el crecimiento de sus dividendos que poco le importa el mañana de quienes lo eligieron.
La pregunta es qué vamos a hacer para no seguir camino al despeñadero.

Hoy, como siempre (o peor)


Habitualmente escucho condenar de manera lapidaria a la colonización española. Sus formas, sus violencias, sus ultrajes, sus abusos. Su brutal imposición de la cultura y la religión propias y sus permanentes saqueos de recursos ajenos han provocado, incluso, hasta una disculpa del Papa Juan Pablo II por la actuación de la Iglesia en esos tiempos.
Nadie bien nacido puede celebrar hoy por hoy aquella deleznable manera de instaurar los valores propios, eso queda descartado, por supuesto. No obstante, soy de los que creen que las situaciones deben pensarse lo más fríamente posible en el momento en que suceden y analizarse después tratando de contemplar todos los ingredientes que cultural o emocionalmente integraban los sucesos. Es raro que la gente lo haga así, generalmente se actúa en caliente y después se analiza en frío, conducta equivocada por cierto.
Siguiendo estos preceptos, intento ponerme en aquel lugar –como quien pudiera utilizar la deseada “máquina del tiempo”- y hacerme carne de la situación reinante: encontrar una cultura “inferior” (hoy sabemos que en muchos aspectos no era así), que vestían de manera precaria (y hasta ridícula para ellos, seguramente), que pintaban sus caras de manera primitiva, hablaban lenguajes primarios y vivían –las más de las veces- en condiciones muy inferiores a las de la Europa de la época. Y, ubicándome conceptualmente en cultura y filosofía de hace nada más y nada menos que QUINIENTOS años atrás, me surge la pregunta: ¿Qué otra cosa podía esperarse de quien llegó hasta estas costas? ¿Qué? ¿Qué se abrazaran con los “indios”? (ni siquiera sabían adónde habían llegado). ¿Qué se sentaran a convencerlos de las bondades de la religión cristiana? ¿Qué los trataran como pares? ¿Qué respetaran los Derechos Humanos?
Hace solo treinta años, en nuestro país se asesinaba a la gente por pensar diferente. NO POR TENER UNA PLUMA EN LA CABEZA, HABLAR OTRO IDIOMA O ADORAR DIOSES PAGANOS. No. Por pensar diferente, se la torturaba sin importar si era joven o viejo, hombre o mujer, o si ESTABA EMBARAZADA. Y se la asesinaba y se la tiraba al río... Hoy, en el mundo, el “dueño del planeta” puede invadir cualquier lugar con recursos alegando “peligros terroristas inminentes” y matar a diestra y siniestra a su gente, sin importarle absolutamente nada los tan pregonados “Derechos Humanos”... Hoy, y yendo muy a lo doméstico, los hombres “actuales” se matan a la salida de una cancha de fútbol porque los diferencia la camiseta; no la raza, ni el idioma, ni la cultura, ni la vestimenta –ah, si! la camiseta...-
Desde ya que esta columna no es una defensa a lo indefendible. Simplemente un llamado a la reflexión para que condenemos lo realmente condenable. A que analicemos con la cabeza “caliente” y actuemos con la cabeza fría. A que interpretemos los verdaderos motivos de las cosas. A que estemos atentos y reaccionemos a tiempos vigentes y no a tiempos históricos. A que hagamos verdaderamente de éste un planeta habitable. A que hagamos escuela hoy, SIGLO XXI, en que parece, de acuerdo a mi punto de vista, que la brutalidad es muy superior a la de siglos atrás. ¿Vos qué opinás…?

Talento, soberbia y desorganización II


Y a veces los hechos parecen opinar. Uno se plantea dudas y la realidad aparenta contestar. No se explica de otro modo…
Ayer la Selección Nacional Argentina de Fútbol Sub-20 se consagró Campeón Mundial. No es la primera vez: es la sexta. Sexta en tan solo dieciséis ediciones jugadas. La mayor, apenas dos (una ya sabemos cómo y otra de la mano del mejor jugador de todos los tiempos) de diecisiete ocasiones. Los futboleros pueden hacer múltiples conjeturas sobre el tema, seguramente. Pero yo apunto a otro costado, al “sociológico”, digamos. En mayores, nunca un grupo salió Campeón Mundial por su mérito. Los “pibes” ya lo hicieron seis veces. Con el condimento de que muchos que lograron la medalla en juveniles, ya no lo lograron cuando fueron “adultos”.
La soberbia. Se me viene a la mente esa idea: soberbia. El domingo pasado, se salió a la cancha simplemente a terminar un campeonato que ya estaba ganado. Pero se perdió. Ayer los chicos salieron a ganar un partido –muy difícil, por cierto- y lo ganaron. Y festejaron ser los mejores del mundo. Nuevamente. Hay talento, no hay soberbia y hay organización. Resultado: campeones mundiales. Pero la soberbia se va apoderando de los argentinos, sobre todo de los que ya alcanzaron alguna gloria, y eso lleva no solo a menospreciar las situaciones y los adversarios sino también a subestimar la capacidad organizativa. Y sobreviene la debacle…
Ocho días, nada más. Dos domingos para marcar la diferencia entre ser los mejores y llegar hasta donde solo nos permite el talento. El día que lo comprendamos tendremos un futuro mejor como sociedad. ¿Vos qué opinás…?

Talento, soberbia y desorganización


Hace cuatro meses que dispongo de Speedy, la banda ancha de la empresa Telefónica, desde un día en que acepté una propuesta comercial que me hicieron desde la empresa, y lo instalaron. A partir de entonces, todas las semanas me vuelven a llamar ofreciéndome el mismo producto, la misma instalación…
Es increíble lo de nosotros, los argentinos. Somos dueños de un talento personal, individual, que se nos reconoce internacionalmente. Es muy raro que un compatriota que encuentra su destino en cualquier lugar del mundo no se destaque en su ámbito laboral o social. Y también podemos comprobarlo aquí mismo: tenemos “Mc Gyver´s” de sobra (sí, ya sé que también los hay de los otros y que la mayoría son clase dirigente), resolviendo intrincados dilemas con soluciones casi mágicas, a veces. Aterrizando un avión de manera heroica en una situación de emergencia, haciendo notables descubrimientos científicos, arreglando “con alambre” la más avanzada tecnología al no disponer del repuesto… Un verdadero derroche de habilidad. Y sin embargo, somos víctimas de esa misma virtud, porque nuestra aptitud, nuestra capacidad, nuestra idoneidad parece estar siempre acompañada de un gran individualismo, de un enorme egoísmo, de una grandiosa soberbia, que nos impide desarrollarnos de una mejor manera como sociedad. Las grandes individualidades atentan contra la formación de los grupos, sin lugar a dudas. Y la soberbia, a su vez, subestima la organización. El resultado: seguimos –desde siempre- sub-administrados en todos los ámbitos (público o privado), creyéndonos los mejores, cuando no lo somos. Y de esa forma desperdiciamos recursos (¿a quién se le hubiera ocurrido hace veinte años que la Argentina iba a tener problemas de energía?), desaprovechamos capital intelectual –que termina trabajando en un kiosco o taxi o que busca desarrollarse en otros horizontes-, realizamos la misma tarea infinidad de veces (como Telefónica y sus reiteradas llamadas para ofrecerme lo que ya me vendió), y nos deprimimos a morir cuando la realidad nos muestra que no somos lo maravillosos que creíamos ser –como cuando perdemos una final de fútbol, como la del pasado domingo, y encima no vamos a buscar la medalla de segundo porque nuestra soberbia nos lo impide-.
Sigo creyendo que el “spirit of corps” debe impulsarse desde las cúspides y hacerse carne en cada miembro del grupo en cuestión y que cada talento personal debe aportar lo mejor de sí dentro del entorno que compone y no como genio ermitaño que deslumbra en soledad y no contribuye a lo común. Cualquier organización argentina que encumbre líderes que favorezcan un desarrollo de talentos en un ámbito organizado y administrado tiene futuro de éxito y de gloria, cambiando cualquier pieza en su funcionamiento pero continuando en el mismo rumbo. Y casos de ejemplo hay, solo que no lo aporto para evitar teñir estos conceptos con favoritismos propios…
Talento, soberbia y desorganización. Un cóctel que padecemos desde siempre y que en contadas oportunidades logramos quebrar, aunque cuando lo hacemos somos verdaderamente grandiosos. ¿Vos qué opinás…?

Una indefinición que esclaviza


Siempre mantuve un “autodebate” acerca del tema de la Libertad. Una palabra que encierra, aparentemente, un concepto tan amplio en posibilidades que cuando analizamos sus extremos no parecen ser parte del mismo significado. Sí, uno puede chequear el diccionario y acortar el espectro, seguramente, pero la gente no vive con el diccionario en la cabeza y lo importante es el criterio que cada persona considera, más allá del que sostiene el “mataburros” que solo intenta (y como puede) darle una definición a la palabra aunque no tanto al concepto mismo.
Claro que es un debate vasto, el alcance de los aspectos que roza la Libertad es tan múltiple como la escultura de Marta Minujin que ilustra la nota: libertad política (principalísima), libertad de expresión (fundamental), libertad de culto, libertad de vientres, libertad educativa, libertad en la elección y el ejercicio de una profesión, libertad de desplazamiento, libertad para dar vida o para terminar con la propia, libertad en la crianza, libertad en la pareja, libertades individuales, etc., etc. Y en mi reiterada dialéctica, nunca termino de definir los límites. Siempre fui un liberal, entendiéndose por tal a una persona que ejerce sus derechos sin violentar los de los demás, algo que me obsesiona por demás. Como tal, vivo haciendo y dejando hacer, pensando y dejando pensar, diciendo y dejando decir. Pero es bien cierto también que el riesgo es alto –sobre todo en los tiempos que vivimos- y que, entonces, cierto paternalismo aparece a veces como necesario, en aras de preservar el bien común y no exponernos todos a situaciones desagradables. Claro está que también existen quienes de esto se aprovechan para avanzar por demás en ciertas libertades individuales en aras de mantener las públicas y “resguardar a la comunidad”. Es bien sabido el talento de quienes detentan el poder para quedarse con lo que no es de ellos, y ciertas ideologías y terrorismos pueden servirles para justificar despojos también en este aspecto, además de avanzar en otras decisiones que deben ser absolutamente personales pero se plantean como públicas para decidir sobre los demás –y creo que no hace falta definirlas…-. ¿Cuáles son los límites, entonces….? ¿Cómo demarcar el terreno de lo permitido y lo restringido? ¿Cómo convivir pacíficamente pero con libertades sin reservas?
Empezar por lo más pequeño, por casa, sea quizás la mejor manera de iniciar una reflexión holística, que finalmente contenga al resto de las libertades. Yendo de lo particular a lo general. Pensar y ejercer una verdadera libertad individual que, ante todo, signifique respeto por cada quien (no permitiendo vulnerar derechos ajenos) y responsabilidad en la toma de decisiones es una buena manera de comenzar. Dejar de lado cualquier discriminación, aceptando a cada otro como a una persona igual a uno. Considerar que cada acción que uno ejecuta modifica el entorno, pudiendo beneficiar o perjudicar a alguien. Comprometerse en cada acto que se profesa, sabiendo que es decisión propia y debe mantener la armonía y la justicia para con los demás. Quizás todo esto no sea lo más habitual, aunque decirlo pueda sonar obvio.
El debate sobre la cuestión quizás siga sin verdadera resolución por mucho tiempo, simplemente porque el Hombre como especie aún no ha evolucionado lo suficiente (para mí, en verdad, sigue siendo muy primitivo) y necesita seguir cuidándose de sí mismo, porque aún no entendió que todos somos parte de la misma cosa, aunque seamos individualidades “exclusivas”. El día en que la idea de especie prevalezca sobre la de la individualidad, seguramente “Libertad” pasará a ser un término en desuso, porque también lo serán sus opuestos, y entonces no tenga ya sentido más hablar de ella. Sin lugar a dudas, ese día será maravilloso. ¿Vos qué opinás…?

De morir por una causa, a Gran Hermano.


Soy de los que miran al futuro con un (a veces hasta ingenuo) exacerbado optimismo, pero no deja de ser interesante revisar pasados, porque contienen los sucesos ascendentes de los que siguen, y en buena forma los explican.

Quienes transitamos la “mediana edad” y quienes suman algo más somos testigos de una drástica involución en los valores de las personas y, por ende, de la sociedad en su conjunto. Hablo de valores intelectuales, morales, sociales; pero, fundamentalmente, hay una dramática disminución en las consideraciones comunitarias, en las preocupaciones públicas, sobre todo en las participaciones políticas, gremiales o sindicales. Es cierto que abundan ONG´s de todo tipo y actividad que aportan y mucho al mejoramiento de la calidad de vida ciudadana, pero si tenemos en cuenta el crecimiento demográfico producido en los últimos cuarenta años, seguramente la proporción de quienes hoy ejercen roles en áreas sociales es inferior al de décadas atrás.
El más afectado de todos los valores es –a mi entender- el compromiso. Las nuevas generaciones parecen no registrar en sus códigos el hecho de involucrarse en causas comunes, algo que antaño era tan contagioso que “contaminaba” a verdaderas masas. El voraz impulso surgido en los sesenta envolvió a las juventudes inculcándoles a fuego la lucha por un mundo mejor, por un país mejor, por una sociedad más justa, más igualada. Una lucha que llegaba a provocar –en instancias extremas- la incorporación a organizaciones terroristas que buscaban (como todas ellas) alcanzar el poder por las armas para instaurar “la revolución” que cambiara las cosas.
Sin defender los extremos, es imposible no recordar con un dejo de resignación tal torbellino de posiciones, de debates, de ideas, de compulsas, en aras de transformar realidades que, como en todas las épocas, siempre son injustas.
Hoy, a esa imagen nostálgica y romántica de los sesenta y los setenta –que algunos parecen querer revivir, de manera por demás equivocada- se contrapone una visión de jóvenes que convierten en “próceres” a personajes que aparecen en la televisión, emocionándose, sufriendo e identificándose con existencias por demás insignificantes (sin ofender a nadie, solo por comparación con lo antedicho), o buceando por las inmensidades de las comunicaciones de hoy posibilidades de vida que solo son pasatiempos y que en nada aportan al bien común, a la comunidad, y ni siquiera a ellos mismos. La sociedad ha alcanzado una verdadera claudicación en ese sentido, pero no estimo que se trate de un “suicidio intelectual”, sino más bien de un asesinato. Quienes vivimos en Latinoamérica hemos padecido dictaduras que han dejado como peor legado ese aniquilamiento de la capacidad de compromiso y de participación de la gente. Fue allí el quiebre determinante de la cultura de la propuesta, del intercambio, de la mano tendida. Y las posteriores democracias poco han hecho para recuperar el terreno perdido y mucho han colaborado en generar una ciudadanía aséptica, indiferente, egoísta e individualista.
No parece que desde el Estado se propongan campañas que intenten fomentar el espíritu participativo, solidario, político, público. Más bien todo lo contrario. Queda para quienes somos padres lograr que ese criterio pueda ser inculcado en quienes nos sucedan, para volver a recomenzar –pero en serio- un profundo proceso de perfeccionamiento de la sociedad. ¿Vos qué opinás…?

Ese hermoso bicho raro


La mitología dice que en su vida anterior la mujer fue un hombre malo, y que su comportamiento fue castigado trayendo a ese ser nuevamente al mundo pero con forma femenina, de manera de que padezca lo suficiente para exculpar sus faltas. ¡Vaya condena a la que se ven expuestas las mujeres con su mensual sufrimiento! De todos modos, la contra-cara de ese periódico tormento es la gloriosa posibilidad de concebir y de dar a luz, circunstancia que a los hombres solo nos permite ser envidiosos espectadores.
Así las cosas, desde que el mundo es mundo la mujer ha venido sobrellevando, a mi entender, un raro rol: el de subordinarse socialmente al hombre, aunque en privado sea muchas veces quien lleva los pantalones y –en incontables oportunidades- hasta es la responsable de las decisiones que sus maridos lanzan a la comunidad como si fueran resoluciones propias…
Hoy en día, ese rol ya ha quedado un poco de lado, no porque ya no tomen decisiones (todo lo contrario) sino porque ya no necesitan del partenaire para que las mismas salgan a la luz. La mujer no solo ha tomado vuelo propio: en estos momentos es clase dirigente en ascenso y lo va a seguir siendo durante las próximas décadas (si a alguien le queda duda de ello, que se pare un ratito frente a la puerta de una facultad y cuente los estudiantes de cada sexo que salen de allí).
Quienes de ellas han ido ocupando puestos importantes en todos los ámbitos en los últimos años vienen desarrollando gestiones que podrían calificarse como realmente eficientes y dotadas de ese toque de feminidad que, obviamente, solo ellas poseen. Haciendo gala de sus virtudes únicas, como lo son su poderosa intuición, su honestidad, su incansable capacidad de trabajo muy superior a la del hombre, la visión más humana de los problemas, el sentido estético tan desarrollado que tienen, una pasión envidiable en lo que hacen, un increíble talento para adaptarse al cambio que los tiempos provocan, una drástica practicidad para concluir etapas y pasar a otras, o su mayor debilidad por los que sufren o no pueden. La mujer es un formato humano “mejor terminado” que su opuesto. Que, por supuesto también tiene virtudes muy propias (una mejor capacidad de cálculo, una relación más eficiente con las tecnologías, una visión más amplia de las cuestiones) pero que, haciendo odiosas pero a veces necesarias generalizaciones, denota aspectos aún primitivos que la mujer parece no ostentar. No voy a enumerar esos aspectos, los dejo para la reflexión personal de cada quien, pero es indudable que existen y son muchos.
El siglo XXI verá un posicionamiento de la feminidad (no del feminismo, no me simpatizan los “ismos”) que seguramente beneficiará a la clase humana, al mundo todo. Es más, creo sumamente necesario que así sea; después de todo, a la vista está lo que la masculinidad hizo de este planeta durante su largo reinado.
Es el turno del “bicho raro”, hermosamente raro. Y estoy convencido de que defraudará mucho menos que sus antecesores en el poder… ¿Vos qué opinás…?

Ay, mi Dios…!


Es difícil hablar de religión. Es difícil hablar de la fe, del Dios en que cada uno cree o de la no creencia en ninguno de ellos. Porque aunque sigue y seguirá siendo un tema muy personal, no deja de tener un costado cultural por demás influyente; diría que -en muchos casos- totalmente determinante.
Siempre me pregunto si me gustarían las corridas de toros de haber nacido en España o en México. O si me desviviría por el béisbol si fuera estadounidense. Y supongo que sí, como escucho a los Redonditos de Ricota o muero cuando juega Boca por vivir y haber nacido en este confín del mundo. Parece raro que algo tan rechazable como es (para quienes vivimos por estos lados) joder a los toros en la fiesta de San Fermín, pudiera ser agradable y hasta producir gozo si en vez de ser de aquí fuera de allá…
El tema de la religión tiene mucho de esto. Es realmente asombroso que distintas religiones, con distintos dioses por supuesto, puedan generar una fe que llegue al fundamentalismo, como si sus fieles tuvieran verdadera comprobación científica de que el Dios cierto es el de su creencia y no el de otra. Y, aún sin llegar a los extremos, no deja de ser prodigioso ver tanta devoción y práctica religiosa hacia distintos dioses, en los diferentes lugares de este pequeño gran planeta.
Sin duda, es muy improbable que quien nazca en una familia cristiana sea budista, o cuestiones similares. Desde ya. Y es también muy poco probable que en el seno de una comunidad que profesa una religión haya una familia que cultive otra creencia. Por eso digo que la carga cultural es prácticamente concluyente. Y entonces surge la pregunta: ¿Cómo puedo yo creer tan fervientemente que mi religión es la “verdadera”, la “cierta”, cuando prácticamente la heredé por haber nacido donde nací? ¿Cómo, si un musulmán tiene la misma seguridad de su propia religión? ¿Hay un Dios para los musulmanes y otro para cada religión? Por supuesto que no. Entonces ¿cómo puedo ser un creyente ferviente, convencido por completo de mi fe?
Obviamente, estos conceptos son los que mueven a muchos agnósticos a descreer de las religiones (algunos hasta opinan que solo es un método de dominación más).
Claramente, no pretendo resolver desde esta columnita un conflicto que es tan viejo como la Humanidad misma y que merece tomos de tratamiento. Solo plantear mi propia reflexión al respecto y escuchar alguna otra.
Hay más de tres mil dioses en los que la gente del mundo cree o creyó. ¿Mucho, no? Por eso soy de los que creen que “Dios está hecho a imagen y semejanza del Hombre”. La religión, a su vez, es solo la forma de llegar a Él, sea quien sea para la creencia de cada cual.
Mi conclusión, como creyente de que un Ser superior existe, es que –después de todo- lo más lógico sigue siendo profesar la religión que cada uno tiene, o heredó. No porque sea la “verdadera”, sino porque es la forma que uno aprendió y tiene más a mano de profesar su devoción por ese Ser superior. Sin fundamentalismo, sin discriminación, con tolerancia a cualquier creencia o cultura religiosa, tratando de canalizar la fe de una forma ritual, una necesidad del ser humano desde que llegó al mundo.
Seguramente, un experto en Teología podrá tener múltiples aristas de este tema. Pero la visión personal de cada quien me parece más interesante que la de un erudito en la materia. Yo creo en lo expresado más arriba. ¿Vos qué crees…?

Yo pude ser vos...


Es notable la facilidad con que el ser humano discrimina. A menudo oímos rotular con distintas etiquetas –siempre peyorativas, por supuesto- a tal o cual persona, con el único afán de menospreciarla, subestimarla o hasta culparla de determinadas miserias o defectos. No es necesario desplegar aquí la lista de ellas, todos las conocemos, las escuchamos habitualmente, incluso de autoridades de toda índole (¡hasta religiosas!).
Siempre me pareció un hecho de gran ignorancia la cuestión. Sin lugar a dudas, para mí, es un hecho de ignorancia. Y son tres los aspectos fundamentales en los que se sustenta mi razón para llegar a esa conclusión:
1. Obviamente, aunque seamos distintos, nadie nace más que nadie. Solo la sociedad puede hacer diferencias, la Naturaleza no las hace ni las hará;
2. Nadie nació donde quiso nacer. Nadie eligió la familia, el país, la zona, la religión de sus progenitores, nadie eligió su raza ni su color. Nadie ha elegido nunca nada para nacer. Dios (para los creyentes) o la Naturaleza ha sido responsable de nuestra venida al Mundo en las condiciones que fueron. No hay ni habrá jamás mérito que alguien pueda apreciar respecto de su nacimiento y, por ende, sus “virtudes” innatas que lo “diferencien” de los demás. ¿Quién puede vanagloriarse de algo que –además de ser un sin sentido- no tiene nada de virtud propia?;
3. La discriminación siempre es relativa. Aunque alguien crea que puede discriminar a quienes considera “menos persona” que él, en algún momento puede tocarle sufrir en carne propia la misma aberración. ¿O acaso, por más “high society” que sea un sudamericano, no puede ser “sudaca” en algún lugar del mundo o al menos ser tratado de manera “diferenciada”?
Siempre pregonaré estas tres cuestiones, más allá de que la política debería estar más preocupada en que las masas sean gente y se les brinde así educación, trabajo y niveles de vida más igualitarios que permitan achicar diferencias que algunos aprovechan para convertir en discriminación o hasta en esclavitud, de todo ello no hay duda. No obstante, discriminar no sirve de nada, por el contrario solo empeora las cosas, generando rencores, resentimientos y desigualdad que se sufren y distancian más a las partes.
Seguramente, las clases dirigentes –fundamentalmente la de gobierno- tienen el mayor poder de decisión para revertir situaciones de este tipo, acortando el abanico posible de niveles sociales (como en Europa), o al menos elevando el piso de ellos. Pero mucho queda para la gente, para cada persona; es menester entender que todos somos o pudimos ser el otro, que cada uno de nosotros podría tener otra nacionalidad, otro color, otra raza u otra religión y que lo mejor es horizontalizar cualquier estúpida pirámide jerárquica humana, desde ya inexistente.
Sería deseable que el mundo avanzara en lo social al ritmo en que avanza en lo tecnológico, pero como este logro es algo que supera la capacidad personal de cada uno de nosotros, al menos sería positivo que cada cual revise sus valores y principios para mejorar en algo lo que se pueda de este mundo. Y no discriminar es algo que sumaría mucho. ¿Vos qué opinás…?

Hoy quizás muera


Hay cuestiones muy paradójicas en la mente humana. Una de ellas es mirar sin ver. Que los hechos pasen delante de nuestros ojos y no podamos advertirlos, no logremos entenderlos, y por ende, asumirlos. Un proverbio chino reza “Dímelo, y lo olvidaré. Muéstramelo, y lo recordaré. Involúcrame, y lo entenderé.” Y quizás sea eso: no logramos involucrarnos con las cosas, y entonces no las entendemos, y –al no entenderlas- no las podemos asumir, no podemos comprometernos con ellas.
En la Argentina, todos los días, CADA DOS HORAS, una persona muere en un accidente de tránsito. Todos los días, unas cincuenta personas dejan de existir por lo mal que nos conducimos por la calle (peatones y conductores), por lo poco –casi nada- que nos respetamos en la vía pública. Se estima que en Latinoamérica cada año se producen 122 mil víctimas fatales y por cada uno de ellos hay entre 20 y 50 lesionados.
Y es difícil que alguien sea lo suficientemente conciente como para pensar “hoy quizás muera…”. ¿Usted conoce a alguien? Yo no. Nadie cree que hoy va a morir en un accidente vial, pero, la verdad: de todos los habitantes que hoy tiene la Argentina, mañana habrá cincuenta que ya no existirán por esta causa. Nadie piensa en que puede ser uno de ellos, pero, ¡ojo!: los cincuenta se suman todos los días, y algunos van a integrar esa lista…
Alguien podrá decir que esta es una verdad de Perogrullo, que lo es. Sin embargo, aún de Perogrullo, es una verdad. Nadie (ni yo) asume que hoy va a morir de esa forma. Ninguno de los cincuenta que morirán hoy lo pensó. Y entonces, miro las cosas desde otro foco y reflexiono: si yo supiera que HOY VOY A MORIR en un accidente de tránsito ¿no haría algo para cambiar las cosas? ¿No intentaría modificar esta realidad de sucumbir tan absurdamente? Si todos empezamos a recapacitar que quizás hoy o mañana integremos la lista… ¿No seríamos más prudentes, no tomaríamos más recaudos? Parece que siempre las cosas le pasan a otro, pero no es así. Repito: de todos quienes hoy amanecimos en nuestro país, cincuenta no terminarán el día por culpa de accidentes de tránsito.
Decía Cortázar que las revoluciones tienen que empezar en la cabeza de cada hombre para que algún día la concreten los pueblos. Yo voy a empezar con la mía para poder cambiar en algo este estado de cosas. Después de todo, y a causa de un siniestro vial, hoy quizás muera… ¿Vos qué opinás…?

Una caja más que boba


Mucho se ha escrito y hablado sobre la “bobez” de la televisión. Que sus programas versan sobre tonterías, que no educan a la gente, que desaprovecha un medio audiovisual potentísimo, que podría convertirse –tras tantas décadas en el aire- en una verdadera herramienta de cambio en el mundo.
Seguramente todo ello es cierto, pero en los últimos tiempos esto se está haciendo mucho más evidente aún, a partir de las implacables mediciones de rating “minuto a minuto” (que justifican casi cualquier cosa para que ese índice crezca algún puntito); de los “reality shows” de cualquier tipo –con flacos, gordos, jóvenes o viejos, encerrados o sueltos-, capaces de mostrar miserias humanas a ultranza porque, después de todo, “así somos”; o de los concursos de canto y baile de famosos persiguiendo alcanzar el sueño (las más de las veces, necesidades) de algún desconocido y que para ello son capaces de someterse a cualquier jurado incompetente y desautorizado que, además de opinar de lo que no sabe, se mete con la vida particular e íntima de la estrella en cuestión. Algunas de ellas lo toleran “de pie”, otras simulan enojarse y algunas terminan realmente afectadas por haberse expuesto a lo que no hubieran debido.
Pero por si todo ello no alcanzara, pulula en la TV argentina de hoy un sinfín de pseudoprogramas hijos del legendario “Perdona Nuestro Pecados” de Raúl Portal, que nos muestran una y otra vez las mismas porquerías de forma muy similar. Algunas peores que otras, pero muy parecidas al fin.
Enumeremos: “Televisión Registrada”, “Resumen de los Medios”, “El Ojo”, “Ran15”, el mismísimo programa de Pettinato, el más nuevito “Bendita TV”, y los incalificables programas de chusmerío que deambulan por las tardes. Pareciera que una producción (permítaseme el término) debe servir para muchos más minutos de lo que en verdad dura, y entonces vemos a una vedette ladrando en los cuatro canales de aire en los que no cantó –además del que sí-, a una profesional del escándalo a los gritos más desaforados con algún jurado “injusto”, a las barbaridades que son capaces de hacer los muchachos del “zoológico de gente” (estaba equivocado el león de Chico Novarro…), o los furcios de algún trabado periodista de noticiero, o el blooper de un conductor, repetidos y repetidos... Una y otra vez.
Un metalenguaje televisivo. Que habla sobre sí mismo, como si no hubiera nada interesante o importante que transmitir por televisión. Un medio que, si ya era bobo, ahora es más bobo que nunca porque se repite todo el tiempo a sí mismo.
Y la verdad, da vergüenza ajena. Es increíble que las neuronas de los creativos televisivos estén tan agotadas y tengan que explotar cien veces el mismo pedacito –una inmundicia muchas veces, por cierto- para ocupar espacios de aire (de cable también, pero está mucho más cuidada la imagen, en verdad), porque no hay otra cosa para poner.
Sería importante mejorar el nivel de las producciones, respetando no solo al señor que mide audiencias con el cronómetro en la mano, sino al señor, la señora y –fundamentalmente- al niño que desde su casa consumen horas frente al aparato y cuando se van a dormir deben volver a reordenar los valores que andan por su cabeza, porque algunos quedaron verdaderamente desparramados.
Sería injusto no decir que también las hay muy buenas, sin lugar a dudas: recordemos a “Los simuladores” y sus múltiples Martín Fierro ganados, por señalar quizás el más emblemático de ellos. Pero como la evolución y la mejora deberían ser la norma, apelo a marcar los defectos más que las virtudes, con espíritu constructivo y tratando de elevar la calidad de vida de la gente. La televisión es una parte muy importante de ello, si tenemos en cuenta el espacio que ocupa en el día de muchísimas personas, ¿no?
Esta será, quién puede dudarlo, una nota más que se refiere a la TV. Un medio que, hoy por hoy, mira poco para afuera y mucho para adentro. Desde esta columna, solo quiero llamar a la reflexión del televidente, para que empiece a exigir más. Y la única forma de exigir más, es apretando el botón rojo del control remoto... ¿Vos qué opinás...?

Preocupándonos equivocadamente


Que tendemos al Universalismo es una gran verdad. Además, es lo mejor a lo que podemos aspirar. Que la sociedad mundial vaya integrándose, eliminando barreras y fronteras, aunque preservando costumbres y folclores. Esto no está en duda, es algo que debemos pretender los seres humanos como comunidad.
Sin embargo, algunas situaciones parecen olvidar las cuestiones locales y plantean la “enorme” preocupación por problemas generados en latitudes muy distantes, cuando por aquí tenemos de ellos para regalar. Hay una larga lista de preocupaciones equivocadas entre los argentinos, y ahora estamos presenciando una, que no deja de dar un poco de bronca. Hago referencia a la monumental magnitud que se le está dando ACA, en la Argentina, al caso de la chiquita inglesa Madelaine McCann. Por lo que fuera -las personalidades que se sumaron a la campaña de búsqueda, las millonarias recompensas que se pusieron en juego, o por lo “raro” de que desaparezcan niños por aquellas tierras- el caso Maddie se transformó en una causa común en Europa. En todos los países la buscan, todos se suman a la campaña, de la manera que pueden. Y nosotros, desde aquí, compramos el material, consumimos las noticias, la campaña, nos mantenemos al tanto de lo sucedido a muchos miles de kilómetros, porque por estas geografías eso no pasa… ¿o sí?
Consulto la página argentina de una ONG dedicada a encontrar menores desaparecidos, “Missing Children”, y encuentro que en nuestro país busca denodadamente a cientos de chicos perdidos (en http://www.missingchildren.org.ar/entnn.htm podrán ver más de doscientos, entre ellos el de la foto) y a algunos otros –en menor cantidad- que buscan a sus familias. Como toda ONG, Missing Children arbitra todos los medios a su alcance para poder encontrar y devolver a cada uno de esos chicos a sus hogares, pero esos recursos (como las facturas de electricidad como medio de difusión utilizadas por esta organización) siempre son escasos –una condena que deben soportar casi todas las instituciones sin fines de lucro-. Y me imagino la gran desazón que sufrirán sus miembros al ver cómo los medios locales divulgan noticias de desapariciones tan lejanas y no reservan centímetros de papel, segundos de TV, para dedicar a la búsqueda de los niños que desaparecen aquí.
No es este el único caso en que notamos privilegios que no se entienden a la hora de elegir los materiales a publicar por el periodismo tradicional. Es cierto que ver a Beckham o a la autora de la zaga de Harry Potter haciendo solidaridad es muy interesante para el cholulaje, pero me parece que la seriedad está siendo dejada de lado, priorizando más el entorno del problema que el fondo de la cuestión en sí mismo (en este caso, algo muy sensible a los sentimientos de los argentinos como lo es la desaparición de personas). ¿Vos qué opinás…?

Día Mundial de la Sociedad de la Información


Hoy, 17 de mayo, se celebra –por iniciativa de la ONU en 2006- el Día Mundial de la Sociedad de la Información. Y creo que es interesante reflexionar un poco al respecto de los avances y los alcances que ha tenido la información en todos los aspectos de la vida de las comunidades en general y de cada individuo en particular en los últimos… digamos, treinta años.
Sin embargo, lo más sustancial de este proceso se está gestando en el último lustro (aproximadamente), en los que el crecimiento de las comunicaciones por telefonía celular y por Internet ha producido una verdadera revolución en las costumbres de las personas –las que tienen acceso a esos medios, lógicamente-. Hoy, para mucha gente ya se ha transformado en “inviable” una vida a la vieja usanza, sin comunicarse telefónicamente desde cualquier lugar, sin chatear con gente de cualquier sitio del mundo, sin navegar por Internet y por la blogósfera, sin recibir y enviar mensajes de texto, correos electrónicos, fotos, videos, etc., etc.
Por si esto fuera poco, en estos tiempos, los individuos han dejado de ser sujetos cuasi-pasivos en el proceso de la comunicación social (solo “los medios” comunicaban hasta hace unos pocos años y los ciudadanos eran consumidores de ello, a no ser por una mera carta de lectores o un llamado a una radio…), y pueden tener sus propios medios de expresión, como éste que usted está leyendo.
Aún este nuevo proceso es un germen, pero estoy seguro de que podría verdaderamente cambiar el mundo en un futuro, empezando a derribar viejas prácticas derivadas de otros momentos históricos, aggiornándolas a los nuevos tiempos. Aludo específicamente a las formas representativas de gobierno (¿representativas…?), que van perdiendo cada vez más su sustento a partir de la facilidad de expresión que hoy otorgan las herramientas de que se dispone y que permitirían hacer conocer la auténtica opinión de los ciudadanos en vez de que unos cuantos detenten la potestad del criterio de los demás.
Sin embargo, este proceso parece ser inversamente proporcional al de la Educación formal. Creo que estamos asistiendo a una verdadera paradoja con nuestros jóvenes, adolescentes y niños, que se manejan “como peces en el agua” en la utilización de las nuevas tecnologías de la información, demostrando capacidades dignas de la admiración de muchos mayores, que observan perplejos cómo “navegan” los muchachos en los mares de la información. Capaces de generar páginas de Internet, blogs, presentaciones, videos, música y casi cualquier cosa de forma electrónica. Pero que, sin embargo, a la hora de mostrar sus conocimientos en materias básicas para el desarrollo personal de un individuo, dejan que desear en la mayoría de los casos. Me refiero a que no son pocos los jóvenes y adolescentes que no saben leer de manera fluida, mucho menos escribir de forma correcta –pésima ortografía, construcciones gramaticales horrorosas y hasta desorden en la forma en que se vierten las ideas en un escrito-, no tienen conocimientos acabados de Matemática, de Geografía, de Biología, de Historia y mucho menos saben relacionar las distintas disciplinas entre sí.
De pronto parece que empiezan a nacer generaciones que pueden utilizar herramientas sofisticadas (de hecho deben hacerlo para no quedar discriminados del entorno) para comunicarse y llevar adelante la gestión diaria de vivir, pero no tienen las cogniciones mínimas necesarias para manejarse de manera adecuada a lo largo de la vida. Me parece irresponsable que una adolescente pueda tener su propia página personal para contar intimidades y describir en ella que “ha beses” las cosas son de determinada forma. Sí, “ha beses”, leyó bien… Todos tenemos hijos, parientes y conocidos en esas edades y sabemos de las falencias de las que estoy hablando.
Seguramente, esa irresponsabilidad no es de quien ejerce la falta de Educación o aprendizaje, como no la es la de los chicos que reprueban en masa un examen de entrada a la Universidad, algo que se convirtió ya en moneda corriente. La Sociedad, los padres, los educadores, las políticas de Estado estamos generando “tecnócratas ignorantes” que en algún momento tendrán que manejar sus propias vidas y las de las naciones. ¿Cómo será aquello?
Quizás “el poder” del mundo se protege “del poder” que las nuevas herramientas pueden ofrecer a la gente, otorgándole una educación deficiente. O quizás me esté haciendo la película, pero todo coincide sugestivamente. ¿Vos qué opinás…?

Curar con veneno


Argumentaba Gandhi que no porque mucha gente crea en algo, eso se transforma en verdad. Y yo agregaría que “no porque un concepto haya durado mucho tiempo en práctica, significa que está acertado”. Hay una inmensidad de cosas que se vienen haciendo de una determinada manera y continúan haciéndose de esa forma solo porque “siempre se hizo así…”. Razón por demás inconsistente si es la única que merece el análisis en cuestión.
En ese mar de cosas que se suceden desde tiempo inmemorial, algunas deberían ya dejar paso a nuevas teorías o nuevas prácticas. Parece difícil en ciertos ámbitos cambiar los métodos, las costumbres o los conceptos. Pero deberían aggiornarse mentalidades algo ya vetustas y con olor rancio.
Al grano: ¿usted apagaría fuego con nafta? Quiero decir ¿está bien combatir la enfermedad con muerte (y no estoy hablando de eutanasia, eh)? Me refiero específicamente a ¿por qué la Policía aún hoy utiliza balas de plomo? La Policía representa el bien ¿no? Los malos son los otros… Entonces ¿por qué la Policía usa armas que matan? En el siglo XXI ¿está bien que el bien mate? Yo me animaría a decir que está bien que el mal mate –“está bien” significa que es lógico, nada más-. Pero ¿cómo entender que quienes defienden el bien tengan permiso para matar?
Resulta que a un delincuente que se lo detiene, se lo juzga (y por supuesto tiene la posibilidad de salir airoso del proceso, para eso es el juicio, para definir si es responsable o no). ¿Cómo puede ser entonces que la Policía pueda poner fin a la vida de alguien sin mediar más nadie en el asunto? Claro, se me dirá “las armas solo deben utilizarse en caso de defensa”; sin embargo –y ahí viene el cambio de forma de pensar- cuando un animal peligroso se escapa de un circo o un zoológico… ¡se le dispara un dardo tranquilizante…! No se lo mata. Y es un animal. ¿Por qué el hombre defiende más a un animal que no es de su misma especie?
El alcance de lo que quiero expresar va mucho más allá de las balas que hieren o matan a un delincuente: son muchísimas las víctimas inocentes de las balas policiales que el destino quiso que se crucen en la trayectoria de los disparos “del bien”. Y aunque no tenga un familiar o un amigo caído por los plomos de las fuerzas del orden en una balacera, eso no significa que uno no pueda ponerse en el lugar de los familiares de quienes lo han padecido. ¿No será tiempo de dormir en vez de matar? ¿No sería mejor dejar la muerte para “los malos”? ¿Puede el Estado tener derecho a matar cuando podría cambiar los viejos métodos por algunos menos salvajes y concluyentes? Me parece que las pericias balísticas nunca tendrían que determinar si un proyectil fue disparado por la Policía o por los delincuentes. LAS BALAS DEBERÍAN SER SOLO DE LOS MALOS. ¿Vos qué opinás…?

“Total, no pasa nada...”


Un micro se estrella contra otro. Su conductor se quedó dormido en plena ruta. Muertos y heridos son el saldo de lo que debió ser solo un viaje común entre dos destinos. El chofer llevaba muchas horas sin su necesario descanso y un parpadeo mortal fue suficiente para provocar el desastre. Su viuda lo llora frente a la entrada de la empresa donde trabajaba, quejándose a gritos por la explotación a la que era sometido su marido...
Un incendio en la destilería de una petrolera. Otra vez muertos y heridos. La trabada válvula superior -sin mantenimiento– de un camión cisterna provoca una presión en la carga que hace volar por el aire la tapa metálica que está en el piso y que corresponde al tanque desde el que se hace la provisión. La tapa se incrusta en la mampostería del edificio lindero y la chispa del golpe enciende el combustible que “perseguía” a la misma tapa. Miles de litros de nafta se encienden, y la tragedia comienza...
Un tremendo granizo azota la ciudad. Pedazos de hielo de tamaño superior al de un huevo castigan todo lo que encuentran en su viaje al piso. Gente herida. Techos que se derrumban por el peso. Autos destrozados, vidrieras rotas, cartelerías comerciales dañadas y enormes pérdidas económicas de todo tipo. El Servicio Meteorológico nunca dio el alerta correspondiente...
Una mujer muere en un paso a nivel. El tren arrolló su auto un mediodía, cuando ella se disponía a retirar a su hija de la escuela. La barrera estaba cerrada. Cuarenta minutos esperó la señora, pero necesitaba seguir su viaje, la esperaba su hija. Nunca se encontraron. El dispositivo descompuesto de una barrera automática es esta vez el asesino en cuestión...
Un avión no puede despegar. Su piloto lo intenta, pero se le termina la pista y sale despedido del aeropuerto, cruza la avenida que lo rodea entre medio de los cientos de autos que circulan en una hora pico y se estrella en un predio vecino. Explota, se incendia, y la muerte cosecha nuevamente. La luz testigo que marcaba el desperfecto en el tablero del avión no fue tenida en cuenta, porque hacía mucho tiempo que no funcionaba, y nadie la arregló...
¿Qué nos pasa a los argentinos? ¿Por qué no nos queremos? ¿Cómo es posible que supeditemos asuntos de seguridad esenciales a cuestiones económicas o a pereza por darles arreglo? ¿Cuántas muertes más debemos soportar para darnos cuenta de que cuando se trata de cuestiones de seguridad –donde la vida de la gente está en peligro- no deben medirse los esfuerzos por resolverlos, sin dejar nada librado al azar?
Los casos expuestos son reales, los conocemos todos. Y todos pasaron acá. La lista podría ser interminable, y hasta podría abarcar a los casos ocurridos por hechos de corrupción que permitieron que la negligencia exista: discotecas incendiadas, supermercados que explotan por almacenar pirotecnia en su interior, albañiles que mueren en obra por no disponer de las mínimas medidas de seguridad para que ello no pase.
Las cosas deben cambiar. Y no solamente a nivel dirigencial, también deben empezar por casa. Es inútil arrepentirse de no haber hecho lo necesario después de que la tragedia ocurrió. El disyuntor debe estar en la casa antes de que alguien sufra la descarga. El pozo debe estar tapado antes de que alguien caiga o se lastime en él. La pileta debe tener cerco antes de que un niño quede atrapado en sus aguas. El auto debe tener seguro antes de que el siniestro se produzca. El balcón debe ser revisado y reparado –si es necesario- antes de que caiga por su deterioro. El matafuego debe estar cargado, en la casa o en la empresa, antes de que las llamas sean incontenibles. El empleado debe estar protegido y tener su seguro contra accidentes de trabajo. El preservativo hay que usarlo cuando no se conoce el “prontuario sexual” de la persona que está con nosotros...
Todo esto es una cuestión de desidia. Muy metida en la cultura de los argentinos (y de algunos otros pueblos seguramente también) y debe ser combatida desde todos los ámbitos. Desde el público, pero también desde el privado. En la empresa y en el domicilio particular. En nuestro manejo habitual.
Exijamos a los responsables de cada área que la despreocupación, la indolencia, la apatía por las cuestiones que les competen dejen de ser moneda corriente. Pero también cada uno de nosotros empecemos a hacernos cargo de todas esas cosas que postergamos “porque no pasa nada”... hasta que pasa. Usemos el cinturón de seguridad porque es para protegernos, no porque nos labran una infracción cuando entramos a Capital... ¿Vos qué opinás...?

Noti... embles


¿Usted consume noticieros de televisión? Seguramente. Es una buena forma de vivir atormentado, pero “estar informado” parece una necesidad irrenunciable… Todo (¿todo?) está allí. “Lo que pasa” está en el noticiero de televisión: tragedias, asesinatos, accidentes, inundaciones y desastres, escándalos, sexo, voyeurismo, conflictos intelectuales, culturales o religiosos (el aborto, la eutanasia), guerras, violencia (familiar, vecinal, política o internacional, cualquiera viene bien), todo “pasa” por el noticioso de TV –ver el decálogo para “cocinar” un noticiero formulado por Kart Albrecht en “Inteligencia Social” (Editorial Vergara, 2006), algo sin desperdicios-.
El periodismo televisivo está ahí, en el momento, en el lugar, con las víctimas de lo ocurrido, mostrando el sufrimiento, reclamando lo necesario a quienes corresponda… Y hasta parece honesta la tarea, estando del lado que hay que estar. Es conmovedor ver a un excelente periodista como es Julio Bazán exponiendo la cara más cruda de ciertas realidades populares. Entrando a las casas más humildes en medio de una inundación, por ejemplo, haciendo sentir que no hay nadie a excepción del periodismo que se esté encargando de las víctimas de siempre.
Sin embargo, cuando el momento más calamitoso pasó… hay que ir a buscar otra miseria. De esa ya nos olvidamos. Hay que seguir metiendo dramatismo en la pantalla. Y entonces todo se desvanece: la preocupación por la víctima, el airoso reclamo, la pretendida exploración de remedios, todo muestra su pata corta. Se terminó allí, en el momento dramático y nada más. No hay búsqueda de soluciones, no hay seguimiento y monitoreo de las cuestiones (en muy contadas ocasiones, nomás), no hay verdadera preocupación por resolver problemáticas. Solo mostrar el espanto, el dolor, el sufrimiento, porque eso se consume.
No hay honestidad en la búsqueda periodística del noticiero, así como no la hay en aquellos a los que se reclama por tal o cual cuestión que se está mostrando. Todo forma parte de un juego, en el que las víctimas son varias veces perjudicadas, y del que también son víctimas los pasivos espectadores del lamentable espectáculo.
Quienes trabajamos en instituciones, en ONGs, quienes luchan día a día para cambiar en algo las realidades existentes sabemos que hay muchas noticias por ser contadas que no forman parte de los contenidos periodísticos. Que hay grandes actos que debieran tener difusión, que hay miles de ejemplos por promover y que sean motivo de copia –en vez de hacer escuela para chiflados mostrando hasta el hartazgo asesinatos múltiples, por ejemplo-. Desde esta humilde columna bregamos por la moral y la honestidad del Derecho (ver “Un país sin delitos”); también lo hacemos por la del periodismo, porque juntos conforman los dos poderes que deben regular a los otros dos, los que gobiernan. ¡Honestidad, muchachos! Mostrar puede ser válido, pero vayamos al fondo de las cuestiones, con compromiso y franqueza… ¿Vos qué opinás…?

¿Héroes de Malvinas?


Nací en el ´63 (como Fito!). Soy clase combatiente. Entré al servicio de conscripción el día 2 de marzo de 1982. Un mes después, el Comandante del Batallón de Aviación del Ejército de Campo de Mayo (donde hacía mi período de instrucción militar) nos anunciaba en la Plaza de Armas que habíamos “recuperado” nuestras Islas Malvinas. No estuvo en mi destino formar parte del combate, sin embargo. Un cómodo -en comparación con la guerra- destino en el Edificio Libertador torció esa Historia (y cuando iba por la calle, vestido de soldadito, la gente me deseaba suerte… ¡a mí!, que dormía en mi casa).
Hoy escuchamos llamar a nuestros ex-combatientes “Héroes de Malvinas”. Me pregunto si está bien llamarlos así. ¿Por qué “héroes”? ¿Qué los hizo héroes? ¿Está bien llamar de ese modo a quienes perdieron una guerra? No quiero ser duro, solo justo, que se entienda. Lo que pregunto es: ¿son héroes o son víctimas? ¿Hubo héroes o hubo mártires…?
El diccionario. No hay otra. Voy a ver qué dice y me encuentro:
héroe.
1. m. Varón ilustre y famoso por sus hazañas o virtudes.
2. m. Hombre que lleva a cabo una acción heroica.
3. m. Personaje principal de un poema o relato en que se representa una acción, y especialmente del épico.
4. m. Personaje de carácter elevado en la epopeya.
5. m. En la mitología antigua, el nacido de un dios o una diosa y de una persona humana, por lo cual le reputaban más que hombre y menos que dios; como Hércules, Aquiles, Eneas, etc.
Entonces busco
heroico, ca.
1. adj. Se dice de las personas famosas por sus hazañas o virtudes, y, por ext., también de las acciones.
2. adj. Perteneciente o relativo a ellas.
3. adj. Se dice de la poesía o composición poética en que con brío y elevación se narran o cantan gloriosas hazañas o hechos grandes y memorables.
Evidentemente, solo podrían caber las dos primeras acepciones de “héroe” (las otras son literatura). En cuanto a “heroico”, tendríamos la primera acepción de la palabra (que repite la primera de “héroe”…). En definitiva, hay solo una acepción: varón ilustre y famoso por sus hazañas o virtudes. Ahora habría que buscar “hazañas” y “virtudes”, a ver si se ajustan. Prefiero ver “mártir”:
1. com. Persona que padece muerte por amor de Jesucristo y en defensa de la religión cristiana.
2. com. Persona que muere o padece mucho en defensa de otras creencias, convicciones o causas.
3. com. Persona que padece grandes afanes y trabajos.
Hmmm… Ese segundo significado de “mártir” se aproxima bastante más a la cuestión. Persona que muere o padece mucho -en Malvinas hubieron las dos cosas- en defensa de causas: la causa Malvinas (¿o la causa “Galtieri”?).
No me parece justo designar como héroes a quienes fueron a Malvinas. Un héroe lo es por voluntad propia. Un héroe se destaca por acciones que emprende por su propia actitud. No es héroe quien va a morir o padecer por una causa injusta disfrazada de patriotismo para salvar lo que queda.
Nuestros “héroes” no son héroes, son “mártires”. Esa es la auténtica manera de definirlos. Porque aunque muchos hayan ido a batallar como causa propia, todo era un engaño. Y entonces son mártires, no héroes.
Llamemos a las cosas como son. LAS DICTADURAS NO DEJAN HÉROES, DEJAN MÁRTIRES… ¿Vos qué opinás…?

Sincero como “hoy no se fía, mañana sí”


La Responsabilidad Social Empresaria (RSE) está de moda. Las corporaciones intentan llegar a la comunidad de múltiples formas, pero sus verdaderas motivaciones no siempre son las mismas –al menos, eso quiero creer…-. Me refiero a que muchas llegan en obras a la sociedad, a través de propuestas educativas, culturales, asistenciales (en salud, alimentación, etc.), pero no todas parecen estar impregnadas de un verdadero espíritu social, sino más bien de verdaderas campañas de marketing.
No digo que esté mal que lo bueno que las empresas tratan de acercar a la ciudadanía de alguna forma le “rebote” a la misma organización, pero sí que los disfraces son muy hipócritas.
En ese sentido, las campañas de comunicación deberían ser absolutamente sinceras, si se está haciendo RSE, algo que no parece del todo así. En temas tan sensibles como son algunos para la sociedad argentina, habría que poner todo el cuidado y la verdadera intención de colaborar, dejando de lado el rédito propio.
Es así que me parece que algunos carteles de publicidad en autopistas -que pretenden aparecer como una preocupada RSE de parte del anunciante- solo intentan de fondo llevar agua para el propio molino. Y lo peor del caso es que hacen referencia a una cuestión tan traumática para nuestro país como es la de los accidentes de tránsito. Me refiero a “Si tomaste, no manejes”. Este mensaje, en avisos de importantes medidas, somete la acción de conducir a la condición de haber o no tomado alcohol previamente. Pregunto: ¿Por qué no recomendar “Si manejas, no tomes”? ¿No sería más lógico evitar el acto de beber alcohol que el de manejar? ¿No debería estar al revés la condición? ¿Existe RSE en “Si tomaste, no manejes”? ¿No es mucho más valioso pretender que no haya gente alcoholizada (aun en contra de los intereses de la compañía), que pretender que los alcoholizados no conduzcan?
Creo que lo que no debe “tomarse” a la ligera son las cuestiones importantes... ¿Vos qué opinás…?

Una cuestión de respeto.


Honrar nuestros próceres no parece ser una cuestión habitual entre los argentinos. A veces ni siquiera sabemos bien quiénes fueron en realidad, o qué legado nos dejaron. En definitiva, por qué son considerados próceres.
Tampoco lo hacemos con nuestra historia. Es común escuchar que el día 25 de Mayo se celebre nuestra Independencia ¿no? Es difícil tener la consideración que una fecha merece si ni siquiera tenemos bien presente qué es lo que en ese día se conmemora...
En ese sentido, el hecho de correr los feriados de manera antojadiza hacia un lunes anterior o posterior, con pretendidas intenciones de desarrollo y aprovechamiento turístico (que verdaderamente se alcanzan, por cierto), colabora en desmerecer el valor patriótico e histórico que los días importantes en la vida de un país deben tener para cada ciudadano.
No es lo mismo conmemorar el aniversario de la muerte de nuestro prócer máximo, Don José de San Martín, el día 17 de agosto (un jueves) que el día 21 de agosto (un lunes de la semana siguiente). Mucho menos si, además, la ciudadanía aprovecha el fin de semana largo para tomarse un descanso turístico –actitud fomentada desde el mismo Estado-, olvidándose de toda importancia que motiva el feriado.
La idea lanzada hace algunos años (idea “importada”, por supuesto) de amalgamar días no laborales a fines de semana con la intención de promover minivacaciones otorga provecho comercial y laboral para los sectores relacionados al turismo, algo por demás beneficioso para el país por lo económico y para la gente por el descanso que permite. Pero no preserva los considerandos que alguna vez motivaron la determinación de establecer como feriado a tal o cual fecha del calendario.
No creo que sea una antigüedad venerar próceres o días importantes en la vida del país. Me parece que no es una buena práctica –y mucho menos educativa- la de no respetar el feriado designado por un motivo y correrlo para aprovecharlo en otro sentido absolutamente distinto del primero.
Pero como la crítica sin propuestas es hueca e inútil, aquí va la mía: sigamos respetando a rajatabla el día 1º de Mayo, como hasta ahora. Y también el 9 de Julio. En cambio, los días 25 de Mayo, 24 de Marzo, 2 de Abril, 20 de Junio y 17 de agosto, que sean días laborales. Seguramente a San Martín, a Belgrano, o a cualquiera de nuestros ex-combatientes les gustaría que esos días se los conmemore trabajando y no tanto corriéndolos de fecha para irse a Mar del Plata. Trabajemos, y dediquemos una hora en cada ámbito laboral a celebrar la fecha en cuestión. Un discurso, una ofrenda floral, el canto del Himno Nacional, el lucimiento de la escarapela... una hora, nada más. Pero como corresponde, haciendo honor al día y frente a nuestra bandera (en todos los lugares de trabajo debiera haber una).
Y tengamos tres feriados turísticos al año, distribuidos de la forma más conveniente. En mayo, en setiembre y en noviembre, por ejemplo. Tres fines de semana largo ya determinados para el turismo, el descanso, las minivacaciones. Sin culpas ni deshonores. Sin motivos cambiados, sin deshonras. Especiales para descansar y pasear. No cambia mucho el almanaque, pero cambian los valores, para volver a ser lo que alguna vez fueron. Es nada más que eso: una cuestión de respeto... ¿Vos qué opinás...?