Una caja más que boba


Mucho se ha escrito y hablado sobre la “bobez” de la televisión. Que sus programas versan sobre tonterías, que no educan a la gente, que desaprovecha un medio audiovisual potentísimo, que podría convertirse –tras tantas décadas en el aire- en una verdadera herramienta de cambio en el mundo.
Seguramente todo ello es cierto, pero en los últimos tiempos esto se está haciendo mucho más evidente aún, a partir de las implacables mediciones de rating “minuto a minuto” (que justifican casi cualquier cosa para que ese índice crezca algún puntito); de los “reality shows” de cualquier tipo –con flacos, gordos, jóvenes o viejos, encerrados o sueltos-, capaces de mostrar miserias humanas a ultranza porque, después de todo, “así somos”; o de los concursos de canto y baile de famosos persiguiendo alcanzar el sueño (las más de las veces, necesidades) de algún desconocido y que para ello son capaces de someterse a cualquier jurado incompetente y desautorizado que, además de opinar de lo que no sabe, se mete con la vida particular e íntima de la estrella en cuestión. Algunas de ellas lo toleran “de pie”, otras simulan enojarse y algunas terminan realmente afectadas por haberse expuesto a lo que no hubieran debido.
Pero por si todo ello no alcanzara, pulula en la TV argentina de hoy un sinfín de pseudoprogramas hijos del legendario “Perdona Nuestro Pecados” de Raúl Portal, que nos muestran una y otra vez las mismas porquerías de forma muy similar. Algunas peores que otras, pero muy parecidas al fin.
Enumeremos: “Televisión Registrada”, “Resumen de los Medios”, “El Ojo”, “Ran15”, el mismísimo programa de Pettinato, el más nuevito “Bendita TV”, y los incalificables programas de chusmerío que deambulan por las tardes. Pareciera que una producción (permítaseme el término) debe servir para muchos más minutos de lo que en verdad dura, y entonces vemos a una vedette ladrando en los cuatro canales de aire en los que no cantó –además del que sí-, a una profesional del escándalo a los gritos más desaforados con algún jurado “injusto”, a las barbaridades que son capaces de hacer los muchachos del “zoológico de gente” (estaba equivocado el león de Chico Novarro…), o los furcios de algún trabado periodista de noticiero, o el blooper de un conductor, repetidos y repetidos... Una y otra vez.
Un metalenguaje televisivo. Que habla sobre sí mismo, como si no hubiera nada interesante o importante que transmitir por televisión. Un medio que, si ya era bobo, ahora es más bobo que nunca porque se repite todo el tiempo a sí mismo.
Y la verdad, da vergüenza ajena. Es increíble que las neuronas de los creativos televisivos estén tan agotadas y tengan que explotar cien veces el mismo pedacito –una inmundicia muchas veces, por cierto- para ocupar espacios de aire (de cable también, pero está mucho más cuidada la imagen, en verdad), porque no hay otra cosa para poner.
Sería importante mejorar el nivel de las producciones, respetando no solo al señor que mide audiencias con el cronómetro en la mano, sino al señor, la señora y –fundamentalmente- al niño que desde su casa consumen horas frente al aparato y cuando se van a dormir deben volver a reordenar los valores que andan por su cabeza, porque algunos quedaron verdaderamente desparramados.
Sería injusto no decir que también las hay muy buenas, sin lugar a dudas: recordemos a “Los simuladores” y sus múltiples Martín Fierro ganados, por señalar quizás el más emblemático de ellos. Pero como la evolución y la mejora deberían ser la norma, apelo a marcar los defectos más que las virtudes, con espíritu constructivo y tratando de elevar la calidad de vida de la gente. La televisión es una parte muy importante de ello, si tenemos en cuenta el espacio que ocupa en el día de muchísimas personas, ¿no?
Esta será, quién puede dudarlo, una nota más que se refiere a la TV. Un medio que, hoy por hoy, mira poco para afuera y mucho para adentro. Desde esta columna, solo quiero llamar a la reflexión del televidente, para que empiece a exigir más. Y la única forma de exigir más, es apretando el botón rojo del control remoto... ¿Vos qué opinás...?

Preocupándonos equivocadamente


Que tendemos al Universalismo es una gran verdad. Además, es lo mejor a lo que podemos aspirar. Que la sociedad mundial vaya integrándose, eliminando barreras y fronteras, aunque preservando costumbres y folclores. Esto no está en duda, es algo que debemos pretender los seres humanos como comunidad.
Sin embargo, algunas situaciones parecen olvidar las cuestiones locales y plantean la “enorme” preocupación por problemas generados en latitudes muy distantes, cuando por aquí tenemos de ellos para regalar. Hay una larga lista de preocupaciones equivocadas entre los argentinos, y ahora estamos presenciando una, que no deja de dar un poco de bronca. Hago referencia a la monumental magnitud que se le está dando ACA, en la Argentina, al caso de la chiquita inglesa Madelaine McCann. Por lo que fuera -las personalidades que se sumaron a la campaña de búsqueda, las millonarias recompensas que se pusieron en juego, o por lo “raro” de que desaparezcan niños por aquellas tierras- el caso Maddie se transformó en una causa común en Europa. En todos los países la buscan, todos se suman a la campaña, de la manera que pueden. Y nosotros, desde aquí, compramos el material, consumimos las noticias, la campaña, nos mantenemos al tanto de lo sucedido a muchos miles de kilómetros, porque por estas geografías eso no pasa… ¿o sí?
Consulto la página argentina de una ONG dedicada a encontrar menores desaparecidos, “Missing Children”, y encuentro que en nuestro país busca denodadamente a cientos de chicos perdidos (en http://www.missingchildren.org.ar/entnn.htm podrán ver más de doscientos, entre ellos el de la foto) y a algunos otros –en menor cantidad- que buscan a sus familias. Como toda ONG, Missing Children arbitra todos los medios a su alcance para poder encontrar y devolver a cada uno de esos chicos a sus hogares, pero esos recursos (como las facturas de electricidad como medio de difusión utilizadas por esta organización) siempre son escasos –una condena que deben soportar casi todas las instituciones sin fines de lucro-. Y me imagino la gran desazón que sufrirán sus miembros al ver cómo los medios locales divulgan noticias de desapariciones tan lejanas y no reservan centímetros de papel, segundos de TV, para dedicar a la búsqueda de los niños que desaparecen aquí.
No es este el único caso en que notamos privilegios que no se entienden a la hora de elegir los materiales a publicar por el periodismo tradicional. Es cierto que ver a Beckham o a la autora de la zaga de Harry Potter haciendo solidaridad es muy interesante para el cholulaje, pero me parece que la seriedad está siendo dejada de lado, priorizando más el entorno del problema que el fondo de la cuestión en sí mismo (en este caso, algo muy sensible a los sentimientos de los argentinos como lo es la desaparición de personas). ¿Vos qué opinás…?

Día Mundial de la Sociedad de la Información


Hoy, 17 de mayo, se celebra –por iniciativa de la ONU en 2006- el Día Mundial de la Sociedad de la Información. Y creo que es interesante reflexionar un poco al respecto de los avances y los alcances que ha tenido la información en todos los aspectos de la vida de las comunidades en general y de cada individuo en particular en los últimos… digamos, treinta años.
Sin embargo, lo más sustancial de este proceso se está gestando en el último lustro (aproximadamente), en los que el crecimiento de las comunicaciones por telefonía celular y por Internet ha producido una verdadera revolución en las costumbres de las personas –las que tienen acceso a esos medios, lógicamente-. Hoy, para mucha gente ya se ha transformado en “inviable” una vida a la vieja usanza, sin comunicarse telefónicamente desde cualquier lugar, sin chatear con gente de cualquier sitio del mundo, sin navegar por Internet y por la blogósfera, sin recibir y enviar mensajes de texto, correos electrónicos, fotos, videos, etc., etc.
Por si esto fuera poco, en estos tiempos, los individuos han dejado de ser sujetos cuasi-pasivos en el proceso de la comunicación social (solo “los medios” comunicaban hasta hace unos pocos años y los ciudadanos eran consumidores de ello, a no ser por una mera carta de lectores o un llamado a una radio…), y pueden tener sus propios medios de expresión, como éste que usted está leyendo.
Aún este nuevo proceso es un germen, pero estoy seguro de que podría verdaderamente cambiar el mundo en un futuro, empezando a derribar viejas prácticas derivadas de otros momentos históricos, aggiornándolas a los nuevos tiempos. Aludo específicamente a las formas representativas de gobierno (¿representativas…?), que van perdiendo cada vez más su sustento a partir de la facilidad de expresión que hoy otorgan las herramientas de que se dispone y que permitirían hacer conocer la auténtica opinión de los ciudadanos en vez de que unos cuantos detenten la potestad del criterio de los demás.
Sin embargo, este proceso parece ser inversamente proporcional al de la Educación formal. Creo que estamos asistiendo a una verdadera paradoja con nuestros jóvenes, adolescentes y niños, que se manejan “como peces en el agua” en la utilización de las nuevas tecnologías de la información, demostrando capacidades dignas de la admiración de muchos mayores, que observan perplejos cómo “navegan” los muchachos en los mares de la información. Capaces de generar páginas de Internet, blogs, presentaciones, videos, música y casi cualquier cosa de forma electrónica. Pero que, sin embargo, a la hora de mostrar sus conocimientos en materias básicas para el desarrollo personal de un individuo, dejan que desear en la mayoría de los casos. Me refiero a que no son pocos los jóvenes y adolescentes que no saben leer de manera fluida, mucho menos escribir de forma correcta –pésima ortografía, construcciones gramaticales horrorosas y hasta desorden en la forma en que se vierten las ideas en un escrito-, no tienen conocimientos acabados de Matemática, de Geografía, de Biología, de Historia y mucho menos saben relacionar las distintas disciplinas entre sí.
De pronto parece que empiezan a nacer generaciones que pueden utilizar herramientas sofisticadas (de hecho deben hacerlo para no quedar discriminados del entorno) para comunicarse y llevar adelante la gestión diaria de vivir, pero no tienen las cogniciones mínimas necesarias para manejarse de manera adecuada a lo largo de la vida. Me parece irresponsable que una adolescente pueda tener su propia página personal para contar intimidades y describir en ella que “ha beses” las cosas son de determinada forma. Sí, “ha beses”, leyó bien… Todos tenemos hijos, parientes y conocidos en esas edades y sabemos de las falencias de las que estoy hablando.
Seguramente, esa irresponsabilidad no es de quien ejerce la falta de Educación o aprendizaje, como no la es la de los chicos que reprueban en masa un examen de entrada a la Universidad, algo que se convirtió ya en moneda corriente. La Sociedad, los padres, los educadores, las políticas de Estado estamos generando “tecnócratas ignorantes” que en algún momento tendrán que manejar sus propias vidas y las de las naciones. ¿Cómo será aquello?
Quizás “el poder” del mundo se protege “del poder” que las nuevas herramientas pueden ofrecer a la gente, otorgándole una educación deficiente. O quizás me esté haciendo la película, pero todo coincide sugestivamente. ¿Vos qué opinás…?

Curar con veneno


Argumentaba Gandhi que no porque mucha gente crea en algo, eso se transforma en verdad. Y yo agregaría que “no porque un concepto haya durado mucho tiempo en práctica, significa que está acertado”. Hay una inmensidad de cosas que se vienen haciendo de una determinada manera y continúan haciéndose de esa forma solo porque “siempre se hizo así…”. Razón por demás inconsistente si es la única que merece el análisis en cuestión.
En ese mar de cosas que se suceden desde tiempo inmemorial, algunas deberían ya dejar paso a nuevas teorías o nuevas prácticas. Parece difícil en ciertos ámbitos cambiar los métodos, las costumbres o los conceptos. Pero deberían aggiornarse mentalidades algo ya vetustas y con olor rancio.
Al grano: ¿usted apagaría fuego con nafta? Quiero decir ¿está bien combatir la enfermedad con muerte (y no estoy hablando de eutanasia, eh)? Me refiero específicamente a ¿por qué la Policía aún hoy utiliza balas de plomo? La Policía representa el bien ¿no? Los malos son los otros… Entonces ¿por qué la Policía usa armas que matan? En el siglo XXI ¿está bien que el bien mate? Yo me animaría a decir que está bien que el mal mate –“está bien” significa que es lógico, nada más-. Pero ¿cómo entender que quienes defienden el bien tengan permiso para matar?
Resulta que a un delincuente que se lo detiene, se lo juzga (y por supuesto tiene la posibilidad de salir airoso del proceso, para eso es el juicio, para definir si es responsable o no). ¿Cómo puede ser entonces que la Policía pueda poner fin a la vida de alguien sin mediar más nadie en el asunto? Claro, se me dirá “las armas solo deben utilizarse en caso de defensa”; sin embargo –y ahí viene el cambio de forma de pensar- cuando un animal peligroso se escapa de un circo o un zoológico… ¡se le dispara un dardo tranquilizante…! No se lo mata. Y es un animal. ¿Por qué el hombre defiende más a un animal que no es de su misma especie?
El alcance de lo que quiero expresar va mucho más allá de las balas que hieren o matan a un delincuente: son muchísimas las víctimas inocentes de las balas policiales que el destino quiso que se crucen en la trayectoria de los disparos “del bien”. Y aunque no tenga un familiar o un amigo caído por los plomos de las fuerzas del orden en una balacera, eso no significa que uno no pueda ponerse en el lugar de los familiares de quienes lo han padecido. ¿No será tiempo de dormir en vez de matar? ¿No sería mejor dejar la muerte para “los malos”? ¿Puede el Estado tener derecho a matar cuando podría cambiar los viejos métodos por algunos menos salvajes y concluyentes? Me parece que las pericias balísticas nunca tendrían que determinar si un proyectil fue disparado por la Policía o por los delincuentes. LAS BALAS DEBERÍAN SER SOLO DE LOS MALOS. ¿Vos qué opinás…?

“Total, no pasa nada...”


Un micro se estrella contra otro. Su conductor se quedó dormido en plena ruta. Muertos y heridos son el saldo de lo que debió ser solo un viaje común entre dos destinos. El chofer llevaba muchas horas sin su necesario descanso y un parpadeo mortal fue suficiente para provocar el desastre. Su viuda lo llora frente a la entrada de la empresa donde trabajaba, quejándose a gritos por la explotación a la que era sometido su marido...
Un incendio en la destilería de una petrolera. Otra vez muertos y heridos. La trabada válvula superior -sin mantenimiento– de un camión cisterna provoca una presión en la carga que hace volar por el aire la tapa metálica que está en el piso y que corresponde al tanque desde el que se hace la provisión. La tapa se incrusta en la mampostería del edificio lindero y la chispa del golpe enciende el combustible que “perseguía” a la misma tapa. Miles de litros de nafta se encienden, y la tragedia comienza...
Un tremendo granizo azota la ciudad. Pedazos de hielo de tamaño superior al de un huevo castigan todo lo que encuentran en su viaje al piso. Gente herida. Techos que se derrumban por el peso. Autos destrozados, vidrieras rotas, cartelerías comerciales dañadas y enormes pérdidas económicas de todo tipo. El Servicio Meteorológico nunca dio el alerta correspondiente...
Una mujer muere en un paso a nivel. El tren arrolló su auto un mediodía, cuando ella se disponía a retirar a su hija de la escuela. La barrera estaba cerrada. Cuarenta minutos esperó la señora, pero necesitaba seguir su viaje, la esperaba su hija. Nunca se encontraron. El dispositivo descompuesto de una barrera automática es esta vez el asesino en cuestión...
Un avión no puede despegar. Su piloto lo intenta, pero se le termina la pista y sale despedido del aeropuerto, cruza la avenida que lo rodea entre medio de los cientos de autos que circulan en una hora pico y se estrella en un predio vecino. Explota, se incendia, y la muerte cosecha nuevamente. La luz testigo que marcaba el desperfecto en el tablero del avión no fue tenida en cuenta, porque hacía mucho tiempo que no funcionaba, y nadie la arregló...
¿Qué nos pasa a los argentinos? ¿Por qué no nos queremos? ¿Cómo es posible que supeditemos asuntos de seguridad esenciales a cuestiones económicas o a pereza por darles arreglo? ¿Cuántas muertes más debemos soportar para darnos cuenta de que cuando se trata de cuestiones de seguridad –donde la vida de la gente está en peligro- no deben medirse los esfuerzos por resolverlos, sin dejar nada librado al azar?
Los casos expuestos son reales, los conocemos todos. Y todos pasaron acá. La lista podría ser interminable, y hasta podría abarcar a los casos ocurridos por hechos de corrupción que permitieron que la negligencia exista: discotecas incendiadas, supermercados que explotan por almacenar pirotecnia en su interior, albañiles que mueren en obra por no disponer de las mínimas medidas de seguridad para que ello no pase.
Las cosas deben cambiar. Y no solamente a nivel dirigencial, también deben empezar por casa. Es inútil arrepentirse de no haber hecho lo necesario después de que la tragedia ocurrió. El disyuntor debe estar en la casa antes de que alguien sufra la descarga. El pozo debe estar tapado antes de que alguien caiga o se lastime en él. La pileta debe tener cerco antes de que un niño quede atrapado en sus aguas. El auto debe tener seguro antes de que el siniestro se produzca. El balcón debe ser revisado y reparado –si es necesario- antes de que caiga por su deterioro. El matafuego debe estar cargado, en la casa o en la empresa, antes de que las llamas sean incontenibles. El empleado debe estar protegido y tener su seguro contra accidentes de trabajo. El preservativo hay que usarlo cuando no se conoce el “prontuario sexual” de la persona que está con nosotros...
Todo esto es una cuestión de desidia. Muy metida en la cultura de los argentinos (y de algunos otros pueblos seguramente también) y debe ser combatida desde todos los ámbitos. Desde el público, pero también desde el privado. En la empresa y en el domicilio particular. En nuestro manejo habitual.
Exijamos a los responsables de cada área que la despreocupación, la indolencia, la apatía por las cuestiones que les competen dejen de ser moneda corriente. Pero también cada uno de nosotros empecemos a hacernos cargo de todas esas cosas que postergamos “porque no pasa nada”... hasta que pasa. Usemos el cinturón de seguridad porque es para protegernos, no porque nos labran una infracción cuando entramos a Capital... ¿Vos qué opinás...?

Noti... embles


¿Usted consume noticieros de televisión? Seguramente. Es una buena forma de vivir atormentado, pero “estar informado” parece una necesidad irrenunciable… Todo (¿todo?) está allí. “Lo que pasa” está en el noticiero de televisión: tragedias, asesinatos, accidentes, inundaciones y desastres, escándalos, sexo, voyeurismo, conflictos intelectuales, culturales o religiosos (el aborto, la eutanasia), guerras, violencia (familiar, vecinal, política o internacional, cualquiera viene bien), todo “pasa” por el noticioso de TV –ver el decálogo para “cocinar” un noticiero formulado por Kart Albrecht en “Inteligencia Social” (Editorial Vergara, 2006), algo sin desperdicios-.
El periodismo televisivo está ahí, en el momento, en el lugar, con las víctimas de lo ocurrido, mostrando el sufrimiento, reclamando lo necesario a quienes corresponda… Y hasta parece honesta la tarea, estando del lado que hay que estar. Es conmovedor ver a un excelente periodista como es Julio Bazán exponiendo la cara más cruda de ciertas realidades populares. Entrando a las casas más humildes en medio de una inundación, por ejemplo, haciendo sentir que no hay nadie a excepción del periodismo que se esté encargando de las víctimas de siempre.
Sin embargo, cuando el momento más calamitoso pasó… hay que ir a buscar otra miseria. De esa ya nos olvidamos. Hay que seguir metiendo dramatismo en la pantalla. Y entonces todo se desvanece: la preocupación por la víctima, el airoso reclamo, la pretendida exploración de remedios, todo muestra su pata corta. Se terminó allí, en el momento dramático y nada más. No hay búsqueda de soluciones, no hay seguimiento y monitoreo de las cuestiones (en muy contadas ocasiones, nomás), no hay verdadera preocupación por resolver problemáticas. Solo mostrar el espanto, el dolor, el sufrimiento, porque eso se consume.
No hay honestidad en la búsqueda periodística del noticiero, así como no la hay en aquellos a los que se reclama por tal o cual cuestión que se está mostrando. Todo forma parte de un juego, en el que las víctimas son varias veces perjudicadas, y del que también son víctimas los pasivos espectadores del lamentable espectáculo.
Quienes trabajamos en instituciones, en ONGs, quienes luchan día a día para cambiar en algo las realidades existentes sabemos que hay muchas noticias por ser contadas que no forman parte de los contenidos periodísticos. Que hay grandes actos que debieran tener difusión, que hay miles de ejemplos por promover y que sean motivo de copia –en vez de hacer escuela para chiflados mostrando hasta el hartazgo asesinatos múltiples, por ejemplo-. Desde esta humilde columna bregamos por la moral y la honestidad del Derecho (ver “Un país sin delitos”); también lo hacemos por la del periodismo, porque juntos conforman los dos poderes que deben regular a los otros dos, los que gobiernan. ¡Honestidad, muchachos! Mostrar puede ser válido, pero vayamos al fondo de las cuestiones, con compromiso y franqueza… ¿Vos qué opinás…?