Otro final tumultuoso



Diciembre debería ser un mes calmo, apacible, que permita un tranquilo repaso de lo sucedido en el año y la planificación del próximo período, corrigiendo errores, planteando superación de objetivos y reeditando la permanente voluntad de vivir en paz y bienestar espiritual, laboral, económico, etc. A mi modo de ver, el último mes del año tendría que dejar lugar a todo eso, en aras de que el nuevo período por venir –siempre corto, por siempre- logre ser en algo mejor al anterior, más allá de aquellos imponderables que no están en la mente de nadie y a cualquiera pueden tocar…

Supongo que en algunos lugares del mundo será así (algunos podrán decir, no sin cierta razón, que esa es una cuestión íntima, interna, intrínseca a cada quien y en la que el entorno no debe incidir).

La cuestión es que en la Argentina ya nos hemos acostumbrado a que el último mes del año es el más convulsionado de todos y no por los ruidos de la pirotecnia o los festejos que toda la vida han existido. Parece ser que en esta Democracia que supimos conseguir hace tres décadas, en los últimos años diciembre es el mes de las revueltas, de los saqueos, de las ocupaciones de terrenos e inmuebles, de las patrañas políticas; un momento en que la sociedad espera alboroto premeditado y que sabe que puede perjudicar a cualquiera, porque el descontrol no tiene miramientos en quién es el que padece.

Este 2013 se despide así, con una deliberada protesta policial provocada para perjudicar al gobierno cordobés, no afín al nacional, y que terminó trayendo el caos en esa provincia por el autoacuartelamiento de la fuerza y los saqueos y robos que ello permitió durante larguísimas horas de zonas liberadas para la delincuencia. No se salvaron los comercios, ni las casas particulares ni la gente que caminaba por la calle. Los cordobeses debieron soportar la ausencia del Estado Provincial y del Nacional –que no corrió en ayuda del Gobernador rival, olvidándose de la gente y dejándola a merced de los vándalos-. Lo que no previó nadie era que el conflicto policial se iba a convertir en una catarata a lo largo de todo el país, porque lo que pudo comenzar con una provocación política terminó tocando un verdadero problema que subyacía en el fondo: la Policía, en todas las provincias, estaba mal paga, se tiene que comprar su propia indumentaria, su chaleco antibalas –que en la actualidad está por debajo de los estándares internacionales porque los que se importaron provienen de China, son baratos y por supuesto de pésima calidad, permitiendo que balas de calibre medio los traspasen como si fueran de cartón-, por nombrar solo algunas de las penurias que padecen los miembros de esas instituciones del orden.



Los saqueos se multiplicaron, y los muertos también. Lloraba un hombre al ver cómo le habían robado más de dos millones de pesos (unos doscientos mil dólares) de mercadería de su corralón y ferretería, que no volverá a recuperar. También lloraban muchos por pérdidas peores, como lo son un hijo, un hermano, un padre o una esposa. La cifra de los muertos en todo el país nadie la sabe con certeza, porque si bien se asegura que hubo unos trece occisos, solo en la provincia de Tucumán fuentes no oficiales hablaban de al menos veintitrés. ¿Cuánta gente murió? Seguramente nunca lo sabremos, como no sabemos la cantidad de víctimas de la inundación de La Plata, cuyos muertos se ocultaron bajo la alfombra, o como no sabremos nunca cuál es la inflación real, que según el Indec fue de 0,9% en noviembre cuando cualquiera que va al supermercado –o a la farmacia, eso lo sé bien- sabe que los aumentos lejos están de esos minimizados índices que nadie cree.

Pero eso no es lo peor. Peor es la hipocresía con que el Gobierno Nacional festejó los treinta años de Democracia el 10 de diciembre en un acto en la Plaza de Mayo, mientras al son de la banda de rock "La Renga" la Presidente Cristina Kirchner bailaba sobre los muertos que cayeron esos días en todo el país y al mismo momento en que la provincia de Tucumán estaba en llamas, con violentos episodios transmitidos en vivo por la televisión. Una verdadera muestra de federalismo: festejos en Buenos Aires y sangre en el interior.

Por supuesto que la cosa no terminó ahí tampoco: Cristina –vía Twitter- defenestró a las policías provinciales por las protestas y los culpó de organizar saqueos y hasta a los gobernadores por no resolver los acuartelamientos producidos. Difícil de entender es por qué un policía, que en un momento de inseguridad terrible como vive la Nación, tiene que salir a arriesgar su vida por cuatro o cinco mil pesos por mes de básico cuando el director y el subdirector del PAMI (obra social de los jubilados) no arriesgan nada pero se llevan al bolsillo sueldos brutos de casi 100.000 pesos. ¿Es eso justicia social? ¿Acaso semejante desproporción no es lógico que engendre conflictos por doquier, sea cualquiera el gremio? ¿Quién para la seguidilla de reclamos que se van a suceder de ahora en más tras semejante ineficacia e injusticia?

Hace tres años, me despedía deseando “Que en 2011 estén a salvo…”. La situación, desde aquel entonces, nada mejoró. El tema es muy largo y da para varias páginas más de debate. Por ahora, me quedo con una alegría en este 2013: la designación de nuestro Jorge Bergoglio al frente de la Iglesia Católica, provocando una verdadera revolución desde que en marzo ocupa el sillón de Pedro. Que Francisco (hombre del año para toda la prensa occidental) interceda ante Dios para que la paz, que empieza en cada uno de nosotros, invada a cada argentino y traiga la calma que necesitamos, aunque hasta ahora, como sociedad, no nos la merezcamos. ¿Vos qué opinás…? 


PD: Gracias por un año más acompañándome, debatiendo y estando cerca. Felicidades en estas Fiestas y un 2014 pleno de progresos para todos. De corazón, Alejandro.

Que tu paz te siga acompañando…




No hay más palabras que agregar, más anécdotas para recordar, más frases para exponer, más recuerdos para rememorar en este blog. El mundo, en la prensa y en las redes sociales, lo está haciendo.

Desde aquí vaya el humilde homenaje a un idealista que tuvo el temple necesario para no dejarse vencer y hasta para exponer su vida en aras de que aquellas metas propuestas llegaran a convertirse en realidad, siempre del lado de la paz, de la reconciliación, de la humildad. Que tu paz te siga acompañando, Madiba. Tu último tuit lo expresa bien: “La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que considera que es su deber para con su gente y su país, puede descansar en paz". ¡Vaya si lo has hecho! El mundo es mejor después de vos. Te vamos a extrañar. ¿Vos qué opinás…?

50 años no es nada...

Hoy, 14 de noviembre, cumplo 50 años. Sí, nací entre el discurso de Martin Luther King que aseguraba "tener un sueño" y el asesinato de John Fitzgerald Kennedy, el día 22 del mismo mes. Un año intenso por esas y otras razones. Pero, como se ve, a veces parece que 50 años no es nada.
Para eso, basta con mirar la tapa del diario Clarín de aquella soleada jornada en que vine al mundo para notar que el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos. Pero ¿y los problemas se solucionan? ¿cambian? Puede ser, pero no del todo, velo con tus propios ojos... ¿Vos qué opinás...?

El espectáculo está en las gradas


De adolescente solía ir a La Bombonera a seguir a aquel famoso equipo del Toto Lorenzo que tantas alegrías nos dio a los hinchas de Boca. Era socio, y no había domingo en que no estuviera en la tribuna cuando éramos locales.
En aquel tiempo, la gente presenciaba el espectáculo y además alentaba al equipo, saludaba a cada jugador con un cantito en particular y cantaba el “Vals de Boca” con una coreografía conmovedora que alcanzaba a todo el estadio. Mientras el partido transcurría, los hinchas disfrutábamos del espectáculo deportivo mientras "la Doce” –en aquel entonces era solo la barra principal, con bombos, banderas y cánticos permanentes, pero nada más- amenizaba la tarde con su arenga. La descripción hasta aquí parece similar a la actual. Pero la diferencia está en las prioridades: hoy el espectáculo deportivo ha pasado a un segundo plano y la tribuna ocupa el lugar principal del evento. “Aguantar los trapos”, como se dice, ha pasado a ser el principal espectáculo, mientras el partido es solo el convocante para que la gente disfrute de sus cantos y sus ritos.

En aquel entonces, si la cosa se ponía “anormal” (a Boca le convertían un gol que lo dejaba abajo temporalmente en el marcador), los jugadores mutaban en verdaderos perros de presa que corrían cada pelota como si fuera el último instante de la final de la Copa del Mundo. La hinchada –toda, toda- acompañaba enfurecida y el estadio se convertía en una verdadera caldera que hacía que, en no demasiados minutos, el resultado volviera a la “normalidad” y hasta a dar vuelta el partido también. La hinchada reaccionaba a la par del equipo y todos se convertían en verdaderos leones que “apichonaban” a los visitantes que, si eran muy guapos, podían resistirlo y ganar el partido.
Aquella descripción sí dista de lo que se ve hoy, en los que la hinchada grita de la misma manera durante todo el partido –pase lo que pase dentro del campo de juego- y los jugadores parecen no conocer el resultado pues durante todo el encuentro corren al mismo ritmo sin demostrar, al menos, querer revertir una mala actuación o un resultado que viene adverso. Hay fervor en las gradas, hay poco entusiasmo en el campo de juego. La prioridad ya no es el partido, es la tribuna. La monotonía parece ganar espacio en esta nueva pintura, donde no hay grandes matices. Y eso se puede ver en todos los partidos y canchas…

Sin embargo, lo antedicho no es solo exclusivo del fútbol sino de otras grandes fiestas populares, como los recitales de rock. No cabe duda de que invariablemente el público de estos espectáculos interactuó con el grupo o solista en cuestión, pero siempre el “principal” era el espectáculo. Hoy eso también ha variado: quien convoca es importante, por supuesto, pero la fiesta que genera la gente es significativamente prioridad. Las redes sociales ayudan en gran parte a alimentar ciertas liturgias propias de cada grupo de seguidores, los cuales acuden al espectáculo a hacer su propia fiesta, más allá de que quien está en el escenario haya sido el movilizador de la cuestión. Lo importante es estar, cantar, bailar, tomar, fumar, hacer grupo, divertirse, etc., etc. El artista queda en segundo plano.
En el último recital del Indio Solari en la provincia de Mendoza, se vivió una vez más la “misa india” (heredera de la “misa ricotera”, del tiempo en que Solari integraba la banda “Patricio Rey y sus redonditos de ricota”). Los fans llegaron desde todo el país, inundaron la ciudad de San Martín –no quedó hotel o camping con alojamiento disponible- y durante días acamparon a la espera del show, que terminó albergando unas 120 mil personas en el autódromo local, en lo que fue la máxima convocatoria de un rockero en la Argentina. El Indio hace uno o dos recitales al año y la gente desespera por estar ahí. ¿Es solo por escuchar a Solari? No. A decir por los periodistas y por espectadores que estuvieron allí, el Indio desafinó toda la noche (es cierto que hacía frío y por momentos llovía), el sonido fue muy malo, pero el “pogo más grande del mundo” de su tema Jijiji nadie quiere perdérselo. Aunque siga desafinando, los fans van a acompañarlo al lugar del país que sea (sobre fin de año irá a Salta) porque la previa del show –de varios días- y la locura de formar parte de ese montón de gente que tiene el privilegio de estar allí así lo marcan y lo van a seguir marcando. El Indio convoca, pero el rito y la “misa india” es más importante que Solari mismo (creo que si la noche del recital, el Indio se engripaba y ocupaba su lugar cualquier otro rockero para cantar, la fiesta iba a ser casi la misma…). Alguno podrá alegar que exagero, y puede ser que tenga algo de razón. Pero el fondo de lo que trato de explicar es la metamorfosis que han sufrido en estas décadas las masas, que hoy se han puesto en primer lugar por sobre aquello mismo que las convoca. La prioridad no es más el partido o el recital. Hoy, el espectáculo está en las gradas. ¿Vos qué opinás…?

Los tambores de la guerra se escuchan menos que los gritos por la paz


Alguna vez tenía que ser. Quizás ayude la tremenda posibilidad de comunicación que el mundo de hoy ofrece con respecto a otrora; o quizás los pueblos –y muchos gobiernos- se hayan percatado de una vez de que no es la guerra el medio de solucionar los desacuerdos, aún cuando una dictadura azota a su pueblo. La gente, en toda el orbe, parece no querer seguir apoyando movimientos militares que, aunque se anuncien como mínimos y simbólicos, nadie tiene real certeza de a dónde pueden llevar la escalada.

El conflicto en Siria es largo y complicado, como lo es toda la zona en la que se enclava el país. Parece que Dios quiso que los lugares de mayor acumulación de petróleo en el mundo se ubiquen en naciones musulmanas y/o fundamentalistas, tanto en sus pueblos como en sus gobiernos. La matanza con gas químico sucedida hace diez días es un hecho repudiable pero que en verdad no sabremos seguramente nunca si las realizó el mismo gobierno contra su gente –algo que parece extraño teniendo en cuenta que su posición contra la guerrilla era casi de victoria- o de los propios grupos extremistas sostenidos por los EE.UU. que, antes de perder ante la dictadura, prefirieron utilizar ese armamento como justificación para una embestida de parte de “las naciones libres de Occidente”, con el Premio Nobel de la Paz Barack Obama a la cabeza. ¿Quién puede saberlo con seguridad?

Y si bien el peligro de una nueva guerra es inminente y eso atemoriza al mundo entero, lo positivo en este asunto es lo que señalo al principio de la nota: el fuerte rechazo que las naciones dieron a la pretendida intervención de EE.UU. en el lugar. Ni su aliado de toda la vida, Gran Bretaña, lo siguió en esta “patriada” (vaya manera de mencionarlo), sino solo Francia, cuyo presidente Francois Hollande procura posicionar a su país al lado del Imperio yanqui, por encima de Alemania y Gran Bretaña. Siempre hay un roto para un descosido…

El Papa Francisco descargó casi con furia su oposición a toda guerra, en el Ángelus del domingo pasado, y llamó a un acto de oración por la paz en la Plaza de San Pedro el próximo sábado, donde seguramente concurrirán miles de ateos, de agnósticos y de creyentes de todas religiones a sumarse a un pedido de no militarización y de paz (si John Lennon viviera, ¡qué feliz estaría!).

El asunto no está resuelto aún. El propio Obama pospuso las maniobras ya con sus barcos y submarinos en el propio teatro de operaciones, tomando nota de la oposición mundial y de la propia oposición interna de su pueblo que no quiere seguir participando de guerras que le son ajenas y sólo dejan muertos y heridos en sus propios soldados. También han manifestado su contrariedad líderes de todas las naciones del planeta y el presidente norteamericano se quiere apoyar en una decisión del propio Congreso estadounidense (que no necesita formalmente pero sí para no ser él quien toma la decisión en soledad), de manera de poder dar escarmiento a la dictadura siria sin derrocarla sino a manera de castigo y advertencia, según sus propios dichos… Las cartas todavía no están echadas, pero Obama entró en una zona donde nunca debió haber entrado: si no ataca y se retira, aparecerá como el gran derrotado político de todo este asunto internacional. Si lo hace, nadie sabe cómo actuarán Irán y Siria y hasta dónde puede llegar una guerra con países fanáticos y con armamentos tóxicos y nucleares. En poco tiempo estará la respuesta. Por mi parte me uno, y los convoco a cada uno de ustedes, a la Jornada por la Paz convocada por nuestro Papa. ¿Vos qué opinás…?