Mundo nuevo
El mundo ha
estado signado desde el confín de los tiempos por la violencia. Sin embargo,
las formas en que esa violencia se ha y se viene manifestando han cambiado.
Mientras otrora la cuestión geopolítica de ganar terreno era una obsesión para
reyes, emperadores o –más cerca en los tiempos- fundamentalistas como Hitler
que veían en la amplitud de la superficie de sus imperios la mayor forma de
poder, en la actualidad ya nadie pelea territorios (salvo casos excepcionales y
que datan de mucho tiempo). La globalización –que algunos piensan que empezó hace
décadas cuando en realidad comenzó hace siglos- ha transformado esa mera visión
territorialista del poder en una cuestión comercial, que todos conocemos y de
alguna manera hace beneficiarse o padecer a los distintos países del orbe.
Pero más
interesante que esta conocida introducción es la mutación que han venido
tomando las distintas formas violentas de alcanzar el poder por maneras
aparentemente más civilizadas pero igual de perversas y de perjudiciales que
las anteriores. Antiguamente, y aún hoy en ciertos rincones del planeta, la
fuerza de las armas y el derrame de sangre era la manera más utilizada para conseguir
metas por parte de los poderes de turno o también de luchas intestinas, guerrillas,
guerras civiles, etc. No es que todo ello haya desaparecido por completo, pero
hoy la protesta es una forma de manifestación generalmente permitida en casi
todo el mundo (occidental, fundamentalmente), que si bien deja siempre mártires
o represores asesinados en el camino, de ninguna manera puede compararse con
las antiguas guerras que dejaban miles (o hasta millones) de muertos.
Hoy, los
gobiernos tienen formas mucho más “diplomáticas” de lograr beneficios, aún a
expensas de naciones y de pueblos, propios y ajenos. Ni siquiera los intentos
de mancomunar estados en “mercados comunes” –con todo lo que ello implica- han
logrado subsanar las diferencias supranacionales y no logran ponerse de acuerdo
en encontrar intereses que logren satisfacer a todas las partes en juego. Por
otra parte, el verdadero poder no está generalmente en los gobiernos de turno,
que solo alcanzan a negociar márgenes muy pequeños con los verdaderos “dueños
de la torta” que, como siempre, son los que imponen las condiciones. Las
permanentes debacles económicas y burbujas (financieras, inmobiliarias, bancarias,
tecnológicas o las que fueran) son muestra de que los hilos del poder exceden
generalmente las posibilidades de muchos gobiernos –algunos simplemente porque
siempre llegan tarde al asunto-, a los que solo les queda llegar a un acuerdo
lo más beneficioso posible.
Pero hay
más. En muchos países, entre ellos el nuestro, se está degradando la calidad
institucional que permite poner límites a funcionarios, preservar la división
de poderes, controlar todas las operatorias del Ejecutivo para que no se exceda
en sus funciones, mantener los organismos de inspección y contralor y
desmantelan todo el aparato constitucional en aras de poder accionar sin mesura
cualquier tipo de medida (y los casos de los últimos años son más que
elocuentes para ver cómo el Gobierno hace lo que quiere sin que nadie –oposición,
Justicia, periodistas- puedan limitarlo en absoluto). Así, las previsiones constitucionales que
hacen que un país sea una República y para ello figuran, se van denostando,
permitiendo que lo que debería ser una verdadera Democracia se vaya
transformando poco a poco en una dictadura legal que permite lo impensable para
los próceres que dieron forma a la propiedad institucional de los países
nacientes. Las reelecciones, re-reelecciones y reelecciones indefinidas
propuestas desde algunas provincias y desde las mismas naciones no hacen más
que marcar la actitud maliciosa de perpetuarse en sus sillones a los
gobernantes, de la misma manera en que lo hacían los dictadores (pero en forma “legal”),
por citar quizás la peor de todas las argucias que se traman: la de cortar la
alternancia en el poder.
Las
cumbres, en todas las instituciones, tienen generalmente más miserias que
virtudes. Pero en lo que atañe a las gestiones de los gobernantes, esas
miserias deterioran gravemente la calidad de vida de las ciudadanías que, por
ignorancia, por indiferencia o por falta de consenso para plantear políticas
positivas para la población, terminan sufriendo mientras unos pocos viven la
gran vida.
Si bien aparecieron movimientos de indignados por todo el planeta, es difícil llegar a creer que puedan lograr cambiar el mundo en el corto plazo. Como decía el desaparecido amigo Pappo en su tema “Mundo nuevo”: “Mareado de novedades / tambalea el mundo nuevo, / y hay un hambre de verdades / que se fueron de paseo.” ¿Vos qué opinás…?
Si bien aparecieron movimientos de indignados por todo el planeta, es difícil llegar a creer que puedan lograr cambiar el mundo en el corto plazo. Como decía el desaparecido amigo Pappo en su tema “Mundo nuevo”: “Mareado de novedades / tambalea el mundo nuevo, / y hay un hambre de verdades / que se fueron de paseo.” ¿Vos qué opinás…?