Cómo entender esta hecatombe del mundo sin haber ido a Harvard


Sí, quizás el título parezca un poco pretencioso: que una persona común, que vive en los confines del mundo y no en los centros mundiales de decisión, pueda acercarse a determinar por qué está el planeta como está y tratar de que su elucubración tenga algún atisbo de realidad más cercana a la verdad que la que pregonan los grandes académicos del mundo, puede parecer presuntuoso. Sin embargo, hace poco más de un mes, los Premios Nobel de Economía aún vivientes estuvieron reunidos en Europa tratando de descifrar cómo se sale del atolladero en que los Países del Primer Mundo se han metido (y que arrastrarán al resto de las naciones en poco tiempo, seguramente) y no lograron ponerse de acuerdo en nada, todos tenían visiones distintas de los caminos que deberían encararse para llegar a alguna solución. Lo cual significa que tener grandes conocimientos, títulos y premios en nada asegura tener una cosmovisión mejor que la que pueda tener alguna otra persona con criterio sin haber llegado a Oxford, Salamanca, Harvard, Columbia o cualquiera de las grandes casas de estudio del mundo…

Es por ello que –siguiendo esta realidad- me animo a aventurar yo también mi diagnóstico y hasta mis proyecciones sobre las mundanas realidades que le toca y le tocará vivir al mundo, ahora que justamente se habla tanto de un cambio de era que comenzaría al finalizar el año próximo según calendarios alternativos al que manejamos a diario (como es el Maya).

Desde que el mundo tiene Historia (olvidemos por ahora la Pre), los sistemas que han regido las comunidades siempre se han basado en alguna forma que nunca tuvo en el foco de su meta al hombre como centro de los beneficios, sino más bien a métodos que de una u otra forma han permitido que unos pocos de esos hombres hayan dominado al resto, sometiéndolos a diversas formas de explotación.

Desde el Feudalismo de la Edad Media hasta la Guerra Fría posterior a la Segunda Guerra Mundial, esto siempre ha sido así. Unos pocos tenían el poder, defendidos por ejércitos que mantenían a los explotados bajo régimen y el resto… a trabajar por el pancho y la Coca.

No obstante, el constante equilibrio de tensión que mantenía al mundo durante la Guerra Fría con los dos colosos imperialismos (el Capitalismo y el Comunismo) dominando cuantos países pudieran, hacía que las cosas no terminaran de salirse de sus cabales, quizás por el riesgo de que cualquiera de los países aliados a una fracción se intentara pasar a la otra, lo cual mantenía –por convicción o por la fuerza- a muchas naciones bajo la elite de uno de los dos polos (algunos de los que no se quisieron someter a uno u otro bando formaron parte de los “Países No Alineados”, aunque nunca prosperaron demasiado en esa postura…).

Pero como los dos sistemas tenían como forma de subsistencia la explotación, estratégicamente estaban destinados alguna vez a desaparecer. Así fue como hace veintidós años, el Comunismo sucumbió, el Muro de Berlín se derrumbó y la Perestroika y luego el Glasnost dieron paso a un nuevo Capitalismo en el Este, que dejó parado a este sistema como el vencedor en todo el planeta y entonces se propuso darse todos los lujos de explotación que quiso, de un modo hasta salvaje. El mundo vivía –desde hace siglos- un proceso de Globalización que favorecía a los grandes explotadores del mundo a seguir enriqueciéndose de la mejor manera. Así fue como derivaron la producción de bienes a los países de mano de obra barata, desmejorando la situación de los estados poderosos donde los trabajadores cobraban sueldos mucho más altos y dignos. De esta forma, los productos costaban más baratos, se vendían al mismo precio y las ganancias se multiplicaban. Una ganga.

Por otro lado, el mundo fue involucionando en Educación, ya que en los países del Norte, donde se vivía bien, mucha gente optó por el cuentapropismo y el comercio en vez del estudio (después de todo, vivía bien igual con menos esfuerzo), lo cual desmejoró el nivel de capacitación general de las naciones, algo que se desprende de recientes estudios sobre la materia, fundamentalmente en los EE.UU.

Todo esto fue produciendo un ensanchamiento de la franja entre lo que ganan ricos y pobres a lo largo de décadas, de manera sostenida.

Así las cosas, y como si fuera poco, dos hechos no poco importantes se han producido en los comienzos del siglo XXI que vinieron a complicar aún más la situación: el mundo ha llegado a tener 7.000 millones de personas (la mayoría pobres, por los procesos ya explicados), y la hipercomunicación del mundo de hoy a través de Internet y la telefonía celular que ha permitido que toda esa masa de gente “esclavizada” en todo el planeta (aún en los países centrales) comenzara a tener contactos entre sí. El libro “Indígnate”, del joven francés de 93 años Stépane Hessel de principios de año no hizo más que ponerle la frutilla a un postre que estaba servido desde hace rato, aunque muchos no estaban al tanto y se fueron dando cuenta a través de este estrechamiento del mundo que produjo la tecnología.

Hoy, a la “primavera árabe” de Túnez, Egipto, Libia y otros países africanos podemos sumarle indignados en España, Grecia, Portugal, EE.UU., Italia y hasta naciones de América Latina, con Chile a la cabeza. Europa ve cómo se cae a pedazos un sistema que se fagocitó a sí mismo (como todo cáncer), los EE.UU. observan cómo su liderazgo mundial va a parar a manos de China, un país que explota a su gente aunque muestre un paraíso en la tierra en muchos lugares, y los Premios Nobel se encuentran desorientados por no saber cómo se llegó a esto, cuando era algo previsible teniendo en cuenta que no se puede “globalizar” el comercio si no se globalizan los salarios, las condiciones sociales, educativas y culturales de las distintas naciones (algo utópico, por cierto), y sin ninguna planificación mundial que indique quién es quién, todos los procesos de integración (Mercado Común Europeo, Eurozona, Mercosur, Grupo de los 7, Grupo de los 20 o lo que fuera, y con la mejor intención) solo tiene destino de fracaso, como el que ocurrió…

¿Y ahora?

La gran pregunta que los académicos no logran resolver es un verdadero acertijo muy difícil de solucionar. Ya vemos cómo la credibilidad en los sistemas democráticos se ha desmoronado en casi todo el mundo, cómo en Egipto ya empezaron las luchas intestinas por ver quién ejerce el poder (lo mismo va a pasar en todos los países que vieron caer sus dictaduras), la falta de liderazgos en todo el mundo, empezando por los EE.UU. que había creado una gran esperanza a partir de la asunción de un líder “solidario” –al menos eso parecía- como Obama, y la gran ceguera mundial de todos los dirigentes del planeta que pretenden arreglar desde lo económico un problema que tiene que ver más con lo filosófico y con la concepción del mundo que con los mercados financieros, los índices bursátiles y las calificadoras de riesgo.

El mundo necesita la llegada de gurúes “no económicos” para resolver esta encrucijada, pero ya. No puede esperar un día más. La solución no va a salir de la cabeza de nadie en particular pero sí de un verdadero debate filosófico –sin entrar en terrenos religiosos porque eso echaría a perder el horizonte, aunque podrían participar del debate filósofos que tengan que ver con la religión, por supuesto sin incumbirla-. Es necesario un cambio de paradigma que de una vez por todas ponga al hombre en el foco del desarrollo y lo saque del padecimiento (hambre, desnutrición, enfermedades, falta de educación y participación, injusticia, desprotección, falta de contención, etc., etc., etc.) para alcanzar un planeta justo que tenga un fin estratégico acertado y no uno inviable como el que viene teniendo desde hace siglos. Estoy convencido de que ésa es la nueva era que está por llegar y ojalá permita en no demasiados años convertir el planeta en un lugar más vivible para todos… ¿Vos qué opinás…?