La neurona atenta...


Días atrás, leía en una nota de la sección de Tecnología del diario "La Nación" que la capacidad de aprendizaje que un niño tiene durante los primeros años de su vida es infinitamente superior a la de un adulto, que si bien siempre la mantiene, nunca podrá igualar a la del período de adaptación al mundo de una persona recién llegada. Algo similar ocurre con los animales (después de todo, los hombres también lo somos), que en sus primeros meses exploran el mundo de diversas formas para conocerlo, entenderlo, saber qué es bueno y qué no, dónde pueden meterse y dónde no, etc., etc., y encima lo hacen de una forma lúdica que hace de ese proceso algo mucho más interesante.
En el niño ocurre lo mismo, llevándose las cosas a la boca (a modo de “laboratorio”, para conocer el objeto), observando a su alrededor todos los hábitos y movimientos en la casa, golpeando y hasta rompiendo juguetes u otros objetos en una búsqueda de conocimiento de la realidad que lo rodea y otras mil formas de adaptarse a su entorno y familiarizarse con él.
Si bien ese período es el súmmum en lo que a capacidad de aprendizaje se refiere, es más que obvio que –por suerte- los hombres mantenemos a lo largo de nuestra vida esa destreza mediante la cual podemos estudiar, alcanzar un oficio, trabajar y resolver problemas apelando a adquirir los conocimientos necesarios para ello.
Sin embargo, es bien cierto que –sobre todo en adultos mayores- la intención de seguir aprendiendo se va perdiendo, adormeciendo o, al menos, negando. Es habitual escuchar decir a cualquier persona entrada en años “eso ya no es para mí”, “no, eso es para los pibes, yo no entiendo nada”, “no me compliques la vida con cosas nuevas, bastante aprendí en mi vida”, “eso dejáselo a los jóvenes, yo me quedo con…” (aquí va lo que al hablante le parece similar en prestaciones y no está dispuesto a cambiarlo por algo superior), o frases parecidas. 
Aunque alguno no lo crea (sobre todo adultos implicados en este asunto) esta negación tiene mucho que ver con el miedo al fracaso. Según la Psicología, el no seguir aprendiendo determinadas habilidades a cierta edad se justifica en la inseguridad que le produce al implicado el “arriesgarse” a entender nuevas  artes, prácticas, mañas o pericias y prefieren “dejarlo para los jóvenes, que de eso entienden” sin inmiscuirse en la exploración de esos nuevos aprendizajes.
El cerebro -tenga la edad que tenga pero a cuantos más años, más necesidad- requiere mantenerse activo, que sus neuronas permanezcan lo más jóvenes posibles y eso, además de ayudas externas en forma de comprimidos, se logra incorporando nuevas habilidades a nuestro cúmulo de conocimientos almacenados en la vida.
Se trata de volver un poco a nuestra niñez y tomar una actividad que nos guste en forma de juego, aunque con la seriedad de encararlo para instruirse y poner en funcionamiento todo el aparato neuronal, de manera de que no se “oxide” por desuso. Aprender un idioma, tomar clases de canto, concurrir a un taller literario, hacer manualidades o artes plásticas, tomar clases de computación, hacer visitas a museos o lugares a los que nunca fuimos (o que fuimos pero no en tren de aprendizaje), todo puede servir para hacer trabajar “el músculo cerebral” y evitar de esa forma que enfermedades como el Mal de Alzheimer u otras intenten acorralarnos con sus disfunciones progresivas.
Yo, por ejemplo, encaré la restauración de un auto antiguo, y la cantidad de cosas que tuve que ir aprendiendo para devolverle la forma y el brillo original a algo que lo tenía perdido es incalculable. No solo eso, muchas cosas no se pueden saber desde ninguna fuente de conocimiento, porque directamente no las hay y surgen problemas que hay que resolverlos con la imaginación. La imaginación es también una fuente de conocimiento, que está dentro nuestro y solo sale a la luz cuando la necesitamos. Una vez que resolvimos el dilema, ese conocimiento nos queda para siempre. Y las neuronas, agradecidas.
Aunque no lo parezca, la PC me ayudó muchísimo en mi trabajo de restauración, buscando repuestos, documentación, fotos, circuito eléctrico y hasta para resolver –a modo de uno de tantos ejemplos- de manera exacta dónde se colocaban las insignias que le faltaban y cuyos agujeros originales brillaban por su ausencia. Para ello, tomé fotos de un auto original en restauración (que bajé de Internet) en donde aparecían los dichosos agujeros. Así, y con un programa popular de diseño para PC como es el Corel Draw, calqué sobre la foto toda la zona donde iba la insignia con las referencias más cercanas –zócalos, marcos, luces, etc-. Luego llevé ese dibujo a la escala original (midiendo el auto) e imprimí –a veces en más de una hoja- la zona donde iba la insignia. Así, me hice de una plantilla, recorté en los lugares necesarios (focos, por ejemplo) y pegué sobre la chapa. Todo listo: agujereadora y a montar la insignia en el mismo lugar en que originalmente estaba. Por supuesto que ningún manual me enseñó esto, pero mi imaginación y mis destrezas adquiridas anteriormente (como saber usar Corel Draw) hicieron que el trabajo quede como debía quedar –y la satisfacción, por las nubes…-.
Lo expuesto es solo a modo de ver cómo (por ejemplo) un proceso de restauración –que no necesita ser de un auto, puede ser de juguetes, muñecas, relojes, muebles, etc.- implica poner en juego habilidades sabidas o adquirir nuevas en aras de alcanzar el objetivo y de mantener la maquinaria mental en funcionamiento.
Después de todo, como decía el gran Tato Bores, “así que mis queridos chichipíos: la neurona atenta” y, por qué no después de un logro alcanzado, “vermouth con papas fritas y… good show!”. ¿Vos qué opinás…?

5 comentarios:

Luis Eduardo Campos dijo...

Ale....muy buena tu perspectiva...eso es algo que muchos podrian practicar para no dejar atorar las neuronas. Yo por mi parte, siempre que hice algun auto y me las tuve que ingeniar con lo que no tenia o no estaba como para copiarlo...tuve que echar mano a la imaginacion. Fue y es un ejercicio mental que siempre me produjo una secuencia de permanentes aperturas de puertas a un monton de pensamientos y debido a eso, evite caer en un monton de contratiempos y sabes que? me di cuenta de que el pensamiento surge luego de la imaginacion...cosa que creo que muchos ven al reves.Debe ser por eso que hoy hay mucha gente que se deja llevar por emociones o arranques que muchas veces no benefician...pienso justamente que es porque han perdido la capacidad de la imaginacion y por consecuencia....no piensan!!!! imaginemos un poco porque es entoncs que nos pasan ciertas cosas no? imaginemos, seamos capaces de imaginar y los pensamientos vendran solos...me imagino yo!!!

Botija dijo...

Ale, no tengo dudas que poner en practica los conocimientos adquiridos e ir actualizandolos es la mejor manera de permanecer vivos y activos. Vos sos un claro ejemplo, me gusta leer tus notas son elaboradas,con una gran objetividad dignas de tu saber periodístico.

Pedro Jáuregui dijo...

Hola Alejo. Elquedarse quieto y no tener temor al cambio son aspectos que a veces no enfrentamos por miedo y así sucede con los pueblos que piensan que lo medio que han tenido no lo pueden cambiar. Es mejor actuar y no quedarse con las incertidumbres y seguir en la mediocridad.

Ana MARIA dijo...

Buenísimo el consejo Ale y yo lo pongo en práctica en muchas cosas porque le tengo mucho miedo al ale mán,perohay otras como la compu y el celular que hago lo de dejarse lo a los jóvenes así que:A PONERLO EN PRÁCTICA.
Una vez más gracias por pensar.
Besos.

Mastu Decley dijo...

Tal cual Ale, yo por ejemplo suelo hacer las cosas de otra manera que de costumbre aunque contradiga mi comodidad, probaste usar el mouse con la otra mano? A mi se me ocurrió hace rato y ya tengo la misma habilidad en las dos, tambien me afeito y hace poco empece a escribir. Otro ejemplo de superación que propongo: Compré un libro de traducción literal del I CHING y resulta un gran esferzo rescatar el sentido de cada frase sin la ayuda de la interpretación que aporta la traducción común, que pretende darle sentido con la forma de expresión de nuestro idioma...
Un fuerte abrazo primo