Una indefinición que esclaviza


Siempre mantuve un “autodebate” acerca del tema de la Libertad. Una palabra que encierra, aparentemente, un concepto tan amplio en posibilidades que cuando analizamos sus extremos no parecen ser parte del mismo significado. Sí, uno puede chequear el diccionario y acortar el espectro, seguramente, pero la gente no vive con el diccionario en la cabeza y lo importante es el criterio que cada persona considera, más allá del que sostiene el “mataburros” que solo intenta (y como puede) darle una definición a la palabra aunque no tanto al concepto mismo.
Claro que es un debate vasto, el alcance de los aspectos que roza la Libertad es tan múltiple como la escultura de Marta Minujin que ilustra la nota: libertad política (principalísima), libertad de expresión (fundamental), libertad de culto, libertad de vientres, libertad educativa, libertad en la elección y el ejercicio de una profesión, libertad de desplazamiento, libertad para dar vida o para terminar con la propia, libertad en la crianza, libertad en la pareja, libertades individuales, etc., etc. Y en mi reiterada dialéctica, nunca termino de definir los límites. Siempre fui un liberal, entendiéndose por tal a una persona que ejerce sus derechos sin violentar los de los demás, algo que me obsesiona por demás. Como tal, vivo haciendo y dejando hacer, pensando y dejando pensar, diciendo y dejando decir. Pero es bien cierto también que el riesgo es alto –sobre todo en los tiempos que vivimos- y que, entonces, cierto paternalismo aparece a veces como necesario, en aras de preservar el bien común y no exponernos todos a situaciones desagradables. Claro está que también existen quienes de esto se aprovechan para avanzar por demás en ciertas libertades individuales en aras de mantener las públicas y “resguardar a la comunidad”. Es bien sabido el talento de quienes detentan el poder para quedarse con lo que no es de ellos, y ciertas ideologías y terrorismos pueden servirles para justificar despojos también en este aspecto, además de avanzar en otras decisiones que deben ser absolutamente personales pero se plantean como públicas para decidir sobre los demás –y creo que no hace falta definirlas…-. ¿Cuáles son los límites, entonces….? ¿Cómo demarcar el terreno de lo permitido y lo restringido? ¿Cómo convivir pacíficamente pero con libertades sin reservas?
Empezar por lo más pequeño, por casa, sea quizás la mejor manera de iniciar una reflexión holística, que finalmente contenga al resto de las libertades. Yendo de lo particular a lo general. Pensar y ejercer una verdadera libertad individual que, ante todo, signifique respeto por cada quien (no permitiendo vulnerar derechos ajenos) y responsabilidad en la toma de decisiones es una buena manera de comenzar. Dejar de lado cualquier discriminación, aceptando a cada otro como a una persona igual a uno. Considerar que cada acción que uno ejecuta modifica el entorno, pudiendo beneficiar o perjudicar a alguien. Comprometerse en cada acto que se profesa, sabiendo que es decisión propia y debe mantener la armonía y la justicia para con los demás. Quizás todo esto no sea lo más habitual, aunque decirlo pueda sonar obvio.
El debate sobre la cuestión quizás siga sin verdadera resolución por mucho tiempo, simplemente porque el Hombre como especie aún no ha evolucionado lo suficiente (para mí, en verdad, sigue siendo muy primitivo) y necesita seguir cuidándose de sí mismo, porque aún no entendió que todos somos parte de la misma cosa, aunque seamos individualidades “exclusivas”. El día en que la idea de especie prevalezca sobre la de la individualidad, seguramente “Libertad” pasará a ser un término en desuso, porque también lo serán sus opuestos, y entonces no tenga ya sentido más hablar de ella. Sin lugar a dudas, ese día será maravilloso. ¿Vos qué opinás…?

1 comentario:

So dijo...

Ale, hace relativamente poco estaba justo charlando sobre este tema en otro espacio.

Cuando alguien habla sobre las libertades y sobre si somos libres, hasta donde y todo lo que acarrea este tipo de cuestionamientos, no puedo evitar recordar una clase allá lejos y hace muuuuucho tiempo en mi secundaria.
La dictó una profe suplente, una profe que lamentablemente siguió siendo suplente aunque quedó en mi memoria más titular que cualquier profesora que tuve en dicha etapa de mi vida.

La anécdota viene a que a esta profesora se le ocurrió la brillante idea de hablarnos de Jean Paul Sartre. Siempre recuerdo el debate que surgió de la simple frase: "El hombre está destinado a ser libre como el guijarro destinado a ser guijarro".(que según recuerdo eran palabras del mismísimo Sartre y a quien hasta ese momento no tenía idea de quien era).

Obviamente que todas saltamos diciendo que eso era imposible, que no somos libres de hacer lo que queremos... pero sí, lo somos. El tema es saber diferenciar entre libertad y libertinaje. Entre uso y abuso.

Aceptar la responsabilidad personal de nuestras acciones, sin el respaldo ni el auxilio de la sociedad, la moral tradicional o la fe religiosa no es algo a lo que estemos acostumbrados y por eso las leyes y las reglas están puestas y escritas para marcar el límite. Aunque no siempre se respeten, se lleven a cabo, o sean equitativas. Pero eso es otro debate.

Saludos y prometo pasar por el otro post.

Sophie