“Total, no pasa nada...”


Un micro se estrella contra otro. Su conductor se quedó dormido en plena ruta. Muertos y heridos son el saldo de lo que debió ser solo un viaje común entre dos destinos. El chofer llevaba muchas horas sin su necesario descanso y un parpadeo mortal fue suficiente para provocar el desastre. Su viuda lo llora frente a la entrada de la empresa donde trabajaba, quejándose a gritos por la explotación a la que era sometido su marido...
Un incendio en la destilería de una petrolera. Otra vez muertos y heridos. La trabada válvula superior -sin mantenimiento– de un camión cisterna provoca una presión en la carga que hace volar por el aire la tapa metálica que está en el piso y que corresponde al tanque desde el que se hace la provisión. La tapa se incrusta en la mampostería del edificio lindero y la chispa del golpe enciende el combustible que “perseguía” a la misma tapa. Miles de litros de nafta se encienden, y la tragedia comienza...
Un tremendo granizo azota la ciudad. Pedazos de hielo de tamaño superior al de un huevo castigan todo lo que encuentran en su viaje al piso. Gente herida. Techos que se derrumban por el peso. Autos destrozados, vidrieras rotas, cartelerías comerciales dañadas y enormes pérdidas económicas de todo tipo. El Servicio Meteorológico nunca dio el alerta correspondiente...
Una mujer muere en un paso a nivel. El tren arrolló su auto un mediodía, cuando ella se disponía a retirar a su hija de la escuela. La barrera estaba cerrada. Cuarenta minutos esperó la señora, pero necesitaba seguir su viaje, la esperaba su hija. Nunca se encontraron. El dispositivo descompuesto de una barrera automática es esta vez el asesino en cuestión...
Un avión no puede despegar. Su piloto lo intenta, pero se le termina la pista y sale despedido del aeropuerto, cruza la avenida que lo rodea entre medio de los cientos de autos que circulan en una hora pico y se estrella en un predio vecino. Explota, se incendia, y la muerte cosecha nuevamente. La luz testigo que marcaba el desperfecto en el tablero del avión no fue tenida en cuenta, porque hacía mucho tiempo que no funcionaba, y nadie la arregló...
¿Qué nos pasa a los argentinos? ¿Por qué no nos queremos? ¿Cómo es posible que supeditemos asuntos de seguridad esenciales a cuestiones económicas o a pereza por darles arreglo? ¿Cuántas muertes más debemos soportar para darnos cuenta de que cuando se trata de cuestiones de seguridad –donde la vida de la gente está en peligro- no deben medirse los esfuerzos por resolverlos, sin dejar nada librado al azar?
Los casos expuestos son reales, los conocemos todos. Y todos pasaron acá. La lista podría ser interminable, y hasta podría abarcar a los casos ocurridos por hechos de corrupción que permitieron que la negligencia exista: discotecas incendiadas, supermercados que explotan por almacenar pirotecnia en su interior, albañiles que mueren en obra por no disponer de las mínimas medidas de seguridad para que ello no pase.
Las cosas deben cambiar. Y no solamente a nivel dirigencial, también deben empezar por casa. Es inútil arrepentirse de no haber hecho lo necesario después de que la tragedia ocurrió. El disyuntor debe estar en la casa antes de que alguien sufra la descarga. El pozo debe estar tapado antes de que alguien caiga o se lastime en él. La pileta debe tener cerco antes de que un niño quede atrapado en sus aguas. El auto debe tener seguro antes de que el siniestro se produzca. El balcón debe ser revisado y reparado –si es necesario- antes de que caiga por su deterioro. El matafuego debe estar cargado, en la casa o en la empresa, antes de que las llamas sean incontenibles. El empleado debe estar protegido y tener su seguro contra accidentes de trabajo. El preservativo hay que usarlo cuando no se conoce el “prontuario sexual” de la persona que está con nosotros...
Todo esto es una cuestión de desidia. Muy metida en la cultura de los argentinos (y de algunos otros pueblos seguramente también) y debe ser combatida desde todos los ámbitos. Desde el público, pero también desde el privado. En la empresa y en el domicilio particular. En nuestro manejo habitual.
Exijamos a los responsables de cada área que la despreocupación, la indolencia, la apatía por las cuestiones que les competen dejen de ser moneda corriente. Pero también cada uno de nosotros empecemos a hacernos cargo de todas esas cosas que postergamos “porque no pasa nada”... hasta que pasa. Usemos el cinturón de seguridad porque es para protegernos, no porque nos labran una infracción cuando entramos a Capital... ¿Vos qué opinás...?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Enhorabuena por la nota! Realmente está cargada de trágicas realidades y desidia popular. El ser humano es hijo del rigor y creo que en Argentina esto se ve mucho por la falta de aplicación estricta de penalidades como si ocurre en otros países. Sin embargo, pienso que esto no significa una mayor consciencia en dichos países sino nuevamente, rigor.

Saludos