Rosario siempre estuvo cerca


Y hoy más que nunca. Después de casi tres siglos de su fundación, la ciudad que a orillas del Paraná eligió nuestro gran prócer Manuel Belgrano para legarnos nuestro Pabellón Nacional hoy sufre la mayor tragedia de su historia. Una explosión por escape de gas en pleno centro de la ciudad destrozó un edificio por completo y buena parte de la manzana a la que pertenecía. Y la muerte que se hace presente una vez más. Parece que una maratón de desgracias se sucedieran una tras otra en poco tiempo (en nuestro país, las inundaciones en la Capital Federal y La Plata que costaron tantas vidas que nunca supimos la cantidad, el tren que en Castelar se llevó por delante a otro aún detenido en la estación dejando un saldo de tres muertos y decenas de heridos y ahora esto, por mencionar solo los de este año. También podríamos agregar los que ocurren en el exterior, como los choques de trenes en España y Suiza, por hacer referencia a los más recientes).

Hay muchos otros, de índole natural y cada vez más frecuentes, pero quiero referirme a aquellos que son “hijos” de la desidia, de la imprevisión, del abaratamiento estructural (en la construcción, en la industria, en el transporte). Cada vez nos vemos más expuestos a tragedias que serían totalmente posibles de evitar si se procediera como se debe y se tomaran las medidas necesarias para que estar a salvo sea una condición normal y no una simple cuestión de suerte.

Las ciudades se han desbordado en su construcción no porque su planeamiento sea mal entendido sino porque la corrupción permite seguir edificando en lugares en los que ya no cabe un alfiler (en cualquier centro del Gran Buenos Aires una persona que sufre una descompensación de salud puede morir a la espera de una ambulancia que llegue a rescatarla, porque las calles están abarrotadas de autos, estacionados de los dos lados y con apenas una mano para circular con semáforos en cada esquina. Ni hablar a la entrada o la salida de los chicos a los colegios, momentos en que las dobles y hasta triples filas –si la calle lo permite- convierten en intransitables zonas de varias cuadras, según el lugar). También se ven descompensados los desagües cloacales o el caudal de agua potable ante la proliferación de más y más edificios de propiedad horizontal que no están permitidos por zonificación pero que muchas administraciones comunales terminan aceptando -¿hace falta aclarar por qué?-, haciendo colapsar sistemas (como el eléctrico, también) por rebasar lo que en principio ya fue establecido para una determinada cantidad de viviendas. La Plata vivió así su peor inundación por la instalación de un shopping que impide el escurrimiento del agua en temporales fuertes y convirtió toda una zona en una verdadera pileta de la que nadie pudo escapar. Difícilmente, el necesario estudio de impacto ambiental de ese emprendimiento haya pasado la aprobación sin que haya alguien que hiciera la vista gorda sobre tamaño riesgo que, finalmente, terminó causando decenas de muertos.
Pareciera que a medida que aumenta la población, las medidas de prevención van quedando de lado, las viejas estructuras –edilicias, viales, industriales- se siguen manteniendo sin la debida manutención necesaria y los riesgos que se corren aumentan en vez de disminuir, teniendo en cuenta que los cambios de época van trayendo adelantos técnicos, tecnológicos, materiales de mejor calidad y mayores conocimientos sobre lo que se está usando o lo que se debe o no colocar en cada lugar.
 

En los últimos tiempos hemos visto caer balcones por la deteriorada estructura que tenían debido a la antigüedad de su construcción; también presenciamos varias veces cómo las excavaciones en terrenos linderos a un edificio construido hacen caer parte de los mismos por no realizar el debido apuntalamiento para que tales siniestros no se produzcan. Accidentes –que no son tales- se suceden en las rutas por el pésimo estado en que se encuentran y las desgastadas redes ferroviarias ya no pueden mantener en línea los descangallados trenes que todavía se hacen circular pese a las décadas que llevan en funcionamiento.
La desidia, la negligencia y la impericia se han cobrado demasiadas vidas una vez más y, lamentablemente, sabemos que no será la última. Solo queda estar cerca en la solidaridad, como lo hace la gente, que es un paliativo del que sacan ventaja muchas veces las dirigencias para hacer lo que hacen y no hacer lo que habría que hacer. Rosario (como reza Fito Páez en su "Tema de Piluso") está muy cerca de nuestros corazones y el sufrimiento de quienes perdieron familiares, quienes quedaron heridos y quienes perdieron –o van a perder- casi todo es un nuevo escándalo de duelo nacional. Que Dios proteja a cada damnificado por la tragedia y que, al menos los argentinos a los que esto nos pasa demasiado a menudo, podamos aprender de una buena vez la lección de que todo lo que está mal hecho, en algún momento, se lleva vidas. ¿Vos qué opinás…?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi mas sincera solidaridad con nuestros hermanos rosarinos y sus familias. Rezo por ellos.

Pedro Jáuregui dijo...

Alejo y hermanos argentinos: Todo se define en una sola palabra: corrupción y pasa en todas partes. Ánimo rosarinos que entre todos podemos acabar con ese cáncer si nos ponemos por un día colorados y dejamos a un lado la desidia que nos embarga esperando que otros hagan lo no somos nosotros capaces de hacer.

Ana María dijo...

Querido Ale:gracias como siempre por hacerme pensar.Pero me gustaría saber en que forma puedo contribuir para que:
1)los padres no sean tan desidio sos en la educación de los hombres del futuro;
2)los jueces no fuesen tan corrup tos en la aplicación de cautelares que permiten que todo quede en la nada.
Por el momento solo sigo rezando.
Un beso y ayudame a pensar.