Un cambio necesario


El entrañable trovador argentino Facundo Cabral decía que El mundo estaba bastante tranquilo cuando yo nací. Claro, en 1937 todo era bastante más provinciano que ahora, la paz se respiraba en cualquier barrio y en cualquier familia… En cambio, cuando yo nací, en los ´60, el mundo era una explosión de amor, de pasión, de ideas, de cambios. Parecía que todo había que revisarlo, trastocarlo, darlo vuelta. En plena Guerra Fría, después de la sangrienta Segunda Guerra, el amor impulsó –sobre todo, lógico, a la juventud- a transformar el mundo en un lugar más digno para vivir… Una antítesis de lo vivido en la contienda y que se extendía en una lucha de poder en lo económico y aún en lo territorial (hasta la carrera espacial disparó la Guerra Fría para demostrar cuál de los “dos mundos” –el capitalismo del imperio yanqui o el comunismo del imperio ruso- era el más poderoso).
En cambio, en este pantallazo histórico que intento, el miedo se desprende como el sentimiento actual. Y lo raro es que no es un miedo a grandes guerras sino una inseguridad “local” que no solo se ve en nuestro país sino en muchos otros. Hoy hay más luchas intestinas que entre países: porque se sacaron de encima dictaduras (como las naciones de la Primavera árabe) y ahora no pueden todavía organizarse para vivir en paz; o porque los pueblos luchan por conquistas sociales como sucede en Brasil; o porque la delincuencia y el narcotráfico –arraigados en la pobreza mayormente- ponen en vilo a la sociedad de muchas naciones como la nuestra. El inventario, desde ya, es bastante más largo.
En más de un libro y autor he leído que existen solo dos sentimientos “madre”: el amor y el temor. De ellos se desprenden todos los demás. Del amor podemos obtener la fe, la seguridad, la confianza, la empatía, la amistad, la solidaridad, la fuerza interna, etc. Del temor: la inseguridad, la desconfianza, los miedos, los celos, la bronca, el rencor, el odio y sigue la lista. Juan, el evangelista, decía que “No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto echa fuera el temor, porque el temor ejerce una restricción. En verdad, el que está bajo temor no ha sido perfeccionado en el amor”.
Creo que el temor –y sus tóxicos derivados- han ganado el mundo como sentimiento principal (no niego que el amor exista y la prueba es que pertenezco a una ONG que desborda amor por el prójimo). La falta de liderazgos ha ayudado mucho a que la gente se sienta desprotegida, porque no hay estadistas a mano que resuelvan situaciones y los problemas se suman y deterioran las sociedades y sus calidades de vida. Eso no puede generar más que incertidumbre de todo tipo, y a su vez la incertidumbre no puede hacer otra cosa que provocar temor.
Cuando le preguntaron hace unos años a Quino por qué no reflotaba a Mafalda, el genial dibujante contestó: "Al contrario de los de la década del 70, los jóvenes actuales están desilusionados y no quieren cambiar nada. La época en la que yo hacía a Mafalda no se repite. Para empezar, toda la juventud tenía ideales políticos y creíamos, con los Beatles, el Che Guevara, el papa Juan XXIII y el Mayo Francés del 68 que el mundo estaba cambiando para mejor". Amor, pasión, ideales, una mezcla casi explosiva (¡por momentos vaya si lo fue!) es la que marcó a fuego a mi generación. El mítico festival de Woodstock, en el final de la década, fue una impresionante muestra –medio millón de hippies participaron en los casi cuatro días del evento, en Nueva York- de amor libre, ecologismo y pacifismo. ¿Qué duda cabe de cuál era el sentimiento general de la gente, más allá de los gobiernos y sus intereses particulares?
Hoy, en México venden chalecos antibalas como “prendas de moda” (sí, así de increíble como suena), en Estados Unidos hay un permanente pánico de que un “loco”, por llamarlo de algún modo, entre a una escuela o a un shopping a matar a diestra y siniestra a chicos o adultos con un cuchillo o un arma de guerra, lo mismo da. En Colombia y México los cárteles de la droga siembran el terror desde hace años. En nuestro país –y en casi toda Latinoamérica- la delincuencia se adueñó hace rato de las calles y los ciudadanos comunes viven asustados por no saber si van a llegar a salvo a su casa a la vuelta del trabajo… La violencia de género y la familiar también puede anotarse en este repaso, no porque nunca haya existido hasta ahora sino porque los ribetes que ha alcanzado superan largamente las estadísticas históricas del asunto.
Trocar temor por amor es el gran desafío. No es tema simple, porque los encargados de sembrar el miedo (incluido el terrorismo) ya llevan años haciéndolo y los Estados, sobre todo, no han sabido, podido o querido corregir la situación. Tampoco hay que ser ingenuo: el miedo también lo utilizan los gobiernos y hasta ciertas religiones y nos llega desde los medios de comunicación, porque es una forma de dominación que paraliza, que intimida a la ciudadanía a participar y a tomar parte en las decisiones de las naciones. Este tema es viejo y no es el caso desarrollarlo acá, el Nazismo y otras doctrinas fascistas han sido especialistas en el manejo de la comunicación perversa (y algunas democracias manipuladoras actuales también).
Algunos piensan que todos tenemos que ver con lo que la sociedad es, y en ese sentido la culpa es compartida por aquellos que la conformamos. Otros consideran que en la comunidad todos ejercemos distintos roles y los más responsables de la degradación de las sociedades no somos todos sino quienes ejercen compromisos superiores y permiten –con algún rédito incluido- dicha pérdida de valores, que por lo general empiezan por menguar la calidad de la Educación, con lo que todo ello desencadena. En fin, el debate puede ser largo. Lo cierto es la dicotomía “amor-temor”, y lo dramático es estar en la segunda opción y no en la primera. Hagamos votos y esfuerzos por ofrecer más amor y por reclamar –si esa omisión es la “culpa” de quienes no son clase dirigente sino trabajadores- que las condiciones de la sociedad mejoren en base a leyes, calidad educativa, premios y castigos y sobre todo: ejemplo. Desde la casa, la escuela, el trabajo, el club, la institución que sea, el grupo de amigos, todos los ámbitos son buenos para marcar la cancha y tratar de volver a cambiar este temor que nos invade por aquel amor tan fructífero. ¿Vos qué opinás…?