Asistiendo a mi velorio

Tarde del 29 de abril de 2010. Mi asma me aplica la peor jugada de su historia. Distinta, sin tanta disnea brutal, sin tanta desesperación, como es lo habitual. Esta vez fue como adormeciéndome, como quien respira gas natural hasta quedarse dormido primero y muerto después. Algo así…
Una oportuna llamada telefónica alertó a mis viejos de que la cosa venía mal. Me escucharon con solo un hilo de voz y no muy firme en lo que decía. Intuición paternal mediante, mis padres ahorraron consejos inútiles y salieron volando de su domicilio en Lanús para llegarse hasta Quilmes (unos 15 Km., para quien no conoce) en tiempo récord. Entraron a mi casa -tienen llaves- y me encontraron tratando de respirar bajo un ventilador de techo y con un color azulado en mi rostro, algo cianótico y desconcertado… Cinco minutos después entraba a la Guardia del Hospital de Quilmes, y otros cinco minutos después hice un paro cardio-respiratorio. Estuve “muerto” algunos minutos (un enfermero habló de diez), hasta que la reanimación desesperada del personal médico logró traerme de nuevo al mundo. Pero estaba mal. Muy mal…
Me trasladaron a Sala de Terapia Intensiva y se me pasó a condición de coma farmacológico en el afán de ahorrar toda energía que no aportara a tratar de salir del cuadro. Quienes me vieron contaron ocho tubos en mi boca, amen de cables y toda la parafernalia que uno conoce de cualquier caso de estos.
Mis bronquios se cerraron (más bien se pegaron) como nunca lo habían hecho antes y no había medicación que lograra abrirlos. El respirador artificial parecía tener efecto contrario: el pecho se me hundía en vez de inflarse…
Mis dos hermanos que viven en España llegaron al Hospital quince horas después del ataque (para el Guiness). Familiares y amigos (en cantidad asombrosa, algo que no hubiera imaginado) esperaron durante días cada parte médico con la esperanza guardada en el corazón. Los primeros días era realmente difícil mantenerla, porque todo indicaba que iba a ser casi imposible salir del cuadro, nadie podía dar fe de que iba a ser así. Hubo más de un llanto, según me enteré, de quienes ya me daban ciertamente por muerto.
El personal médico y los enfermeros de Terapia Intensiva lucharon como leones varios días para aliviar mi situación –muy larga para describirla (cuatro veces más durante esas jornadas debieron reanimarme con masajes porque todo empeoraba)-, y para tratar de que reaccionara después de los seis días del coma farmacológico.
Finalmente, un día Dios quiso que me pudieran quitar del todo el respirador tras varios intentos y, más tarde, que fuera despertando, después de casi una semana.
La expectativa de los médicos y de todo mi entorno era conocer cuál iba a ser mi condición al recobrar la conciencia después de la hipoxia –falta de oxígeno en el cerebro- que debió provocar el paro y los tantos días en que mi respiración era casi imperceptible.
No obstante, y ante la alegría –y quizás el asombro en algún médico o enfermero- de mis familiares y amigos, mi despertar fue normal, reconocí a todo el que vi y hasta bromeé porque estaba en un lugar al que me habían llevado “engañado”…
Fueron doce días los que pasé en la Terapia Intensiva del Hospital Zonal General de Agudos de Quilmes, Dr. Isidoro Iriarte. En ellos, no solo salvaron mi vida sino que encontré una contención y un tratamiento absolutamente de excelencia. La calidad profesional de los médicos y enfermeros, la atención permanente y preocupada al extremo, la aparatología de calidad, todo en el lugar escapa ampliamente de la mediocridad general argentina, máxime tratándose de una institución del Estado. Sería enorme mi ingratitud si no destacara estos aspectos sobresalientes del lugar y de cada una de las personas que allí trabajan poniendo verdaderamente el corazón para salvarle la vida a la gente, como fue mi caso. Enorme y para siempre será mi agradecimiento para cada uno de quienes allí se ganan la vida.
Después pasé a Sala común durante diez días, mientras los profesionales de Neurología seguían de cerca lo único que quedó por corregir: mioclonías en mis piernas y brazos –unos movimientos involuntarios- que no me permiten caminar. Finalmente salí del Hospital catapultado por una repentina “epidemia” de bronquiolitis y neumonía a la que los médicos no quisieron exponerme y me mandaron a casa con la medicación –y unos ejercicios de rehabilitación- bajo el brazo, con fecha de regreso cinco días después, para control.
Hoy sigo mi tratamiento (el neumonológico y el neurológico por las mioclonías que aún me mantienen postrado, aunque con esperanza de volver a la normalidad en un plazo desconocido: ¿meses? ¿un año?). Pero más allá de lo estrictamente médico, ninguna persona que haya “nacido dos veces” es exactamente la misma. Y yo no soy la excepción…

Mi “segunda vida”
Es duro perder la independencia de repente. Yo vivía solo, llevaba a mi hijo por la mañana a su escuela, iba a mi empleo y por la tarde realizaba una amplia gama de actividades que incluían ver un rato a Guido y todo lo demás que conformaba mi día, que por cierto no era poco teniendo en cuenta mi sociedad en un negocio del cual debo ocuparme a diario, mi actividad social en el Club de Leones y el hecho de atenderme a mí mismo (ir al supermercado a comprar alimentos, cocinar, mantener la casa –aunque sea medianamente-, etc., etc., muchos etc.). Acumulaba trabajos, actividades, incluso cosas, en una carrera constante contra el tiempo, haciendo honor a las ideas de “El Hombre Mediocre”, de José Ingenieros, que plantea todo el tiempo que día a día envejecemos, nos ponemos decrépitos y lo que no hicimos hoy quizás mañana nuestra condición ya no nos permita poder hacerlo…
De pronto todo esa permanente carrera se terminó: debo vivir con mis padres asistido permanentemente para múltiples cosas, casi no me muevo de mi nueva vivienda, trabajo por Internet, veo a mi hijo una tarde entre semana más el finde, y toda mi vida social, laboral, familiar, personal quedó reducida mínimamente a lo poco que se puede hacer…
No fueron pocos los momentos de indignación hacia mi nueva condición, hacía Dios y el porqué del merecimiento de este “castigo”, mis iras hacia cada cosa que no puedo realizar, mis dolores físicos y mentales al caerme (algo por demás habitual) y mi permanente resistencia a adecuarme a una realidad que no era mía, aunque ya lo era…
El tiempo, que es sabio, fue consolándome y haciéndome dar cuenta de que todos estos ¿meses? de recuperación que tengo por delante son simplemente para que discontinuara una forma de vida (por cierto, si hubiera vuelto a caminar enseguida hubiera retornado a mi trajín habitual) y me tomara todo este lapso para reflexionar sobre “mi vida anterior” de una manera crítica beneficiosa que permita cambiar algunos estados de cosas.
No soy de arrepentirme, porque soy por demás pensante y, como todo lo pienso antes de hacerlo, ¿por qué arrepentirse? Lo malo es hacer las cosas sin pensar y arrepentirse por haberse equivocado, pero si uno lo pensó, el arrepentimiento no es lo que corresponde sino quizás la resignación de haber decidido mal.
Sin embargo, a lo largo de mi primera vida, entonces, me equivoqué muchas veces, y eso lo puedo ver mejor hoy ¿Por qué? Es así:
A mi “velorio” concurrió tanta gente como nunca me hubiera imaginado –a la visita de Terapia de tan solo media hora venía muchísima gente que sabía que no iba a poder ingresar a verme, pero al menos tenía noticias de cómo seguía mi estado de salud; asistieron viejos amigos y personajes que no veía hace años y que se acercaron tanto cuando estaba en Terapia como en sala; tantísima gente como nunca hubiera pensado me aseguró que rezaba por mí todos los días; algunos “locos” hasta hicieron promesas pidiendo por mi vida; cadenas de oración por mi salud se repitieron aquí y en el exterior. Realmente una movida increíble que creo firmemente fue la que convenció a Dios de dejarme un rato más por estos lados (cabe acotar que es verdaderamente un milagro –dicho por más de un médico- que yo haya quedado vivo y en este estado). En algunos casos, ciertamente, me dio la rara sensación de que había quienes me querían mucho más que yo mismo…
Charlas posteriores, actuales, con mucha de esa gente me llena los ojos de lágrimas al dejarme ver que uno sembró algo en aquella vida de lo que quizás no sea muy conciente. Y entonces uno se tranquiliza, se siente bien, se esperanza con una nueva realidad próxima, pero se arrepiente de tantos sinsabores admitidos en la primera vida, empieza a ser más conciente de quién es y a arrepentirse más de haber permitido maltratos y sinsabores a quienes se les permitió en su momento. Y todas esas repetidas mortificaciones se sufrían, por lo cual también se pensaban, lo cual da la pauta de mis continuos errores…
Es más que interesante saber cómo va a ser el velorio de uno. Yo, prácticamente, lo pude saber –en realidad la mayor parte me la contaron porque la primera semana de Terapia estuve en coma-. De ella pude recoger una valiosa experiencia que de ninguna otra forma hubiera logrado. Y es este el lado positivo de toda esta vivencia, porque pude saber mucho más quién soy, lo que me permite valorar aspectos que antes no atendía tanto. Y darle aún mucha más importancia a algunos consejos de la vieja “Desiderata” que sugerían:

“recuerda que la paz puede encontrarse en el silencio.
Mantén buenas relaciones con todos en tanto te sea posible,
pero sin transigir.
Di tu verdad tranquila y claramente;
Y escucha a los demás, incluso al torpe y al ignorante.
Evita las personas ruidosas y agresivas,
pues son vejaciones para el espíritu.
Sé tu mismo.
Acepta con cariño el consejo de los años, renunciando con elegancia a las cosas de juventud.
Nutre la fuerza de tu espíritu para que te proteja
en la inesperada desgracia, pero no te angusties con fantasías.
Muchos temores nacen de la fatiga y la soledad.
Más allá de una sana disciplina, sé amable contigo mismo.”

Ahora como nunca mantendré vigentes cada uno de ellos y viviré este “bonus track” que Dios me concedió compartiéndolo solo con quienes siempre me hicieron bien, con algunos que de pronto reaparecieron y hubiera sido bueno que nunca se hubiesen perdido y aprovechando al máximo cada minuto de esta segunda vida, porque, seguro, otra ya no va a haber… ¿Vos qué opinás...?