Cuando la única salida es no entrar


Hace tres años, concurrí a un seminario dictado por un disertante canadiense, gurú de los negocios. Aquel día aprendí algunas cosas interesantes, entre ellas a discernir situaciones en las cuales la única salida posible es la de no entrar. Aprendí que, en determinados casos, no es viable encontrar una solución positiva a determinados escenarios y, por ende, la única salida no perdidosa es la de no haber entrado en aquella situación...
Para ejemplificarlo, el seminarista propuso un ejercicio muy didáctico: pidió prestado un billete de 50 pesos con el fin de rematarlo al mejor postor. La única condición era que, quien haya sido el segundo oferente más importante, también debía pagar lo que ofreció. Es decir, el billete se lo llevaría quien mejor lo pagara, pero quien fue vencido por esa última oferta también debía pagar. El auditorio aceptó el juego con acuerdo de hacer proposiciones de a 5 pesos, para hacer más rápido el ejercicio. Alguien dijo “cinco”, alguien “”diez”, otro "quince", “veinte”, “veinticinco”, “treinta”, “treinta y cinco” y “cuarenta”. Acercándose al valor nominal del billete, empezó a notarse que quien perdía en el juego (el que quedaba como segundo oferente) debía pagar para no llevarse nada, razón por la cual, quien ofreció “treinta y cinco” subió a cuarenta y cinco su propuesta. Pero ahora quedaba mal parado quien había dicho “cuarenta”, por lo que ofreció cincuenta, dejando sin sentido ya el remate. Sin embargo, quien perdía 45 pesos subió la apuesta a 55, de manera de perder solo cinco. Idéntica actitud tomó la otra parte, entrando en una escalada que terminó cuando a la cifra de 100 pesos (sí, 100 pesos), el canadiense dio por terminado el juego y advirtió a los participantes: “Ustedes nunca debieron entrar en mi propuesta…”
De más está decir que se explicó posteriormente la aplicación de este ejercicio en el ámbito de los negocios y de las decisiones de los ejecutivos.
Aquella enseñanza pude emplearla en muchas oportunidades, tanto personales como ajenas. Por ejemplo (en los últimos tiempos), pude advertir una situación semejante en la invasión de Bush a Irak, que dejó al mandatario norteamericano con dos pésimas opciones posibles: retirar su ejército de aquella aventura y darse por vencido –con todo lo que ello significaría- o continuar en el campo de batalla perdiendo soldados y malgastando dinero, estirando el conflicto y magnificando el desastre. Tanto es así, que su determinación será postergada hasta el fin de su mandato para que la tome otro gobierno…
En la Argentina, la actual administración nacional cayó en el mismo error. No tanto por haber intentado aplicar una reglamentación que iba a resultar polémica, sino por no haberse dado cuenta de que debía replegarse en el primer instante del conflicto, minimizando las consecuencias, aunque alguien hubiera visto en esa jugada una pequeña pulseada perdida. Era el mal menor…
Redoblar la apuesta –algo habitual en la política “pingüina”- en esta oportunidad, sin medir los recursos que tenía el oponente para dar pelea hasta el final (como lo hizo), hizo entrar al gobierno en una de esas situaciones en la que no se debe entrar, porque cualquier salida posible va a ser perdidosa. Sin embargo, la peor ceguera fue llevar el conflicto a transformarlo en una cuestión de Estado y de Poder –cuando al principio solo era de plata- estirando una salida que finalmente resultó costosísima, tanto en dinero como en consenso para la Presidenta y para su ahora desgastado Gobierno. Quizás nadie del kirchnerismo haya asistido aquella tarde al seminario del canadiense. ¿Vos qué opinás…?