El péndulo


Treinta y dos años después de la barbarie, mucho tiempo ha transcurrido como para que la Nación haya aprendido las lecciones que con sangre han escrito páginas muy pesadas de nuestra Historia. De todo hemos tenido en estas tres décadas y algo más, experiencias que dejan huellas –para muchos imborrables, por cierto- que debieran servir para crecer como país, y eso incluye a todos quienes lo conforman (Estado, Gobiernos, partidos políticos, instituciones, Fuerzas Armadas, políticos, dirigentes, funcionarios, ciudadanos).
Sin embargo, los aprendizajes no parecen alcanzar los mismos promedios en todos esos distintos actores y algunos, verdaderamente, reprueban las materias como alumno desatento y despreocupado.
En aquellos monstruosos años de la dictadura, prohibir era la principal política de Estado. Casi todo lo estaba. Manifestaciones políticas, gremiales, estudiantiles, artísticas o de cualquier tipo. Incluso personales, ya que ni siquiera podía elegirse un “look” que transgrediera la uniformidad y prolijidad establecida como norma por el régimen. Una dictadura, bah, todos sabemos a qué me refiero...
Hoy en cambio, este alumno poco aplicado que es el Estado (alguno querrá cambiar el concepto por el de Gobierno, probablemente) se ubica en las antípodas de aquella etapa de plomo, violenta, represora, y en aras de defender Derechos Humanos alega políticas “garantistas” (me pregunto si las garantías defienden a quienes tienen que defender...) y permiten todo tipo de atropello, tropelía, barbarie o ultraje a las instituciones, a las autoridades y a las personas. Es totalmente permisible hoy en día irrumpir en una comisaría y destrozarla (como hiciera D´Elía y compañía hace algún tiempo), cortar las vías de comunicación que unen a la Nación –y que la misma Constitución garantiza como de libre circulación-, faltarle el respeto a cualquier autoridad policial (alguien creerá que se lo tienen ganado...) o hasta salir en defensa del hijo propio para discutirle a la maestra la más mínima diferencia con el alumno (cuando no se la lleva a juicio por cometer la “bárbara” acción de retarlo por una falta de conducta). Todo está así, desmadrado. Sin límites, sin márgenes, sin marcos. Cualquier cosa está bien. Aquello de que los límites de la libertad propia terminan en donde empieza la libertad de los demás es un concepto demodé. Ya no es más así, todo es como a cada uno le parece, se olvidaron las reglas de convivencia, se dejó de lado el bien común. Cualquier paro puede ser salvaje, no importa a quién afecte. Cualquier manifestación puede adueñarse de los tiempos (y ocupaciones) de los demás y mantener cautivos a miles de transeúntes que solo quieren desplazarse. Cualquier Gobierno puede pretender extorsionar a quienes producen confiscándoles la mitad o más de lo que han generado. Y cualquier sector puede llevar adelante acciones que involucren a gente que nada tiene que ver con su asunto. Exactamente igual que como hacía el terrorismo, que en buena parte dio lugar a la dictadura de la que no nos podemos olvidar (ahora hasta tenemos un día para recordarla, exactamente el mismo en que se instauró!).
Nuestra Historia sigue siempre el recorrido del péndulo. Va de un extremo al opuesto, y empieza a recorrer la misma distancia pero en sentido inverso. Una y otra vez, de forma peligrosa, por cierto.
Alguna vez la nuestra podrá ser una sociedad, con todo lo que ello implica: formas de convivencia, normas regulatorias, leyes que se aplican y respetos mutuos entre las personas, base de toda institución, partido o gobierno. Por ahora, parece que el péndulo va a seguir su recorrido, en una y otra dirección, de ida y de vuelta y sin paradas intermedias. ¿Vos qué opinás...?

El podio


El nuestro no es un país alegre por naturaleza. Quizá sea la mezcla de razas que han conformado nuestra población, imbuida de desarraigos, nostalgias, abandonos y rupturas, las que han caracterizado a nuestra gente, un poco “tanguera” siempre. Sin embargo, los talentos que esa misma mezcla han producido lograron sacarnos, aunque sea por momentos, de aquella situación poco alegre. Es larga sin duda la lista que integran esos privilegiados que supieron o saben arrancar una sonrisa, una carcajada, a lo largo de los años. Discepolín, Niní Marshall, Luis Sandrini, José Marrone, Dringue Farías, Adolfo Stray, Adolfo Castello, el “Gordo” Porcel, el “Negro” Fontanarrosa, Alejandro Dolina, Guillermo Francella, Dady Brieva, Florencia Peña...
Pero, para mí, hay un podio en lo que al humorismo televisivo se refiere, que en el día de ayer logró reunirse, para alegría del cielo y para duelo de todos los argentinos. Ayer se fue “el petiso”. Se fue. Y nos dejó, por primera vez, una lágrima en los ojos, después de tantas carcajadas, después de tantas irreverencias graciosas, después de tanta sutileza a veces, de tanta y tanta genialidad a borbotones. Un talento en serio. En todas las áreas del Periodismo y del Espectáculo en las que incurrió. Ayer se fue.
Y subió al podio, junto a los otros dos genios que lo esperaban: el enorme Tato Bores y el inolvidable Negro Olmedo. Dueños de una comicidad incomparable, de un timing preciso, de un lenguaje directo y certero, de una gestualidad más que expresiva. De aquellos que solo los elegidos tienen y que tanto bien hacen a quienes solo podemos disfrutarlos.
Allá estarán ahora, sacándose chispas a ver quién dice la barbaridad más oportuna, quien puede subir al lugar más alto del podio y quien lo baja, como verdaderos clowns que fueron.
Lo vamos a extrañar al petiso, realmente. Como extrañamos y no olvidamos a los otros grandes que cambiaron nuestros estados de ánimo, seguramente cuando más lo necesitábamos.
Es difícil estar de duelo cuando muere un payaso. Todos dicen que hay que recordarlo riendo, alegres, divertidos. No sé si puedo esta vez. Sepa disculparme, Señor Guinzburg, si no puedo respetar esta regla. Hoy tengo la lágrima a flor de piel, y no es por llorar de risa en esta oportunidad.
Nos van quedando algunos cómicos, pero pocos de los quilates, de la calidad, del carisma y del ingenio del petiso y sus acompañantes en el podio. Ojalá, desde dondequiera que estén, iluminen con su gracia tanta miseria desparramada, tanta tristeza y desamparo, tanta soledad, tanta impotencia y tantas otras emociones tóxicas que nos someten a menudo a los argentinos y que ellos, de a ratos aunque sea, podían hacernos olvidar. Quizás lo logren. ¿Vos qué opinás...?

Dos caras


Por Pedro León Jáuregui Ávila
del Diario "La Opinión" de Cúcuta, Colombia
para "¿Vos qué opinás...?"


La tensa situación que se origina en la frontera colombo-venezolana por las declaraciones imprudentes de los presidentes Álvaro Uribe Vélez (Colombia) y Hugo Rafael Chávez Frías (Venezuela) con sede en Bogotá y Caracas, afecta a todos los que vivimos en la zona limítrofe.
Los mandatarios se han agarrado, en más de una guerra verbal, en un intercambio de palabras como empleadas de servicio y se han olvidado que son los presidentes de dos países con intereses históricos y familiares comunes.
El temor de un conflicto no se descarta, pero es poco probable que ello ocurra porque en la frontera entre Norte de Santander (Colombia) y el estado Táchira (Venezuela), donde vivimos, los lazos familiares son muy estrechos.
El que no tiene un hermano, hija, tía, tiene por lo menos un amigo al otro lado de la línea fronteriza, por lo que se hace difícil pensar que ello ocurra así los dignatarios de los países fomentados por los mercaderes de la guerra lo fomenten (los únicos que saldrían ganadores si hay un conflicto). Dicho de otra manera la frontera no quiere la guerra.
Al margen de lo anterior hay situaciones que parecen motivar el momento que se vive.
De un lado está el hecho que Venezuela tendrá elecciones regionales en noviembre donde Chávez intentará recuperar el terreno que perdió en diciembre cuando salió derrotado en la aspiración de perpetuarse en el cargo (dictador por decreto). En Colombia que cumple su segundo mandato en línea ha indicado que no buscará una tercera elección salvo una hecátombe y una guerra lo es...