La ¿Tercera? Edad


Alguna vez hice mención en esta columna a algunos conceptos que con el correr de los años han cambiado –creo que no solo a mi forma de ver- y sin embargo se perpetúan de la misma manera sin acompañar el devenir de los tiempos. El de la “Tercera Edad” es uno de ellos. Y no solo porque se trate de un término o de un rótulo, lo cual no sería demasiado significante. Creo que en el concepto de Tercera Edad se amontonan un sinfín de características que ya han cambiado también y que merecerían una revisión a fin de encontrar entornos que favorezcan a quienes ella transitan.
En verdad, la definición de “Tercera Edad” está bastante vetusta, ya que antaño podría ser que una persona transitara solo tres marcadas edades a lo largo de su vida (infancia, juventud, ancianidad). Eran épocas en que la vida era más corta, la infancia larga, la adolescencia casi no existía –un muchacho que terminaba la “colimba” ya era “todo un hombre”- y la juventud era también bastante ajustada, ya que la pretendida última edad empezaba con la cuarta década de vida, apenas...
Realmente podría decirse que las etapas de la vida eran tres, con diferencias bien manifiestas entre ellas.
Sin embargo, en el siglo actual, creo que nadie podría sostener que esto sigue siendo así. Hoy la infancia se ha acortado drásticamente –en algunos casos ni siquiera llega a los doce o trece años-, y en cambio la etapa que sigue dura casi una eternidad. De hecho, hoy se habla de los “adultecentes”, concepto que engloba a jóvenes de treinta o más años que aún permanecen en la casa de sus padres, gozando de los beneficios que ello conlleva y esquivando las responsabilidades que a esa altura de la vida es más o menos lógico ir asumiendo.
Pero, sin llegar a los extremos, la adolescencia es una verdadera edad en sí misma, pues dura prácticamente quince años, algo impensado décadas atrás.
La juventud, ciertamente, también se ha prolongado. Si bien empieza más tarde, hoy nadie medianamente sensato podría asegurar que una persona de cuarenta o de cincuenta años sea vieja. La juventud se divide hoy en dos períodos, uno que arranca tras la larga adolescencia y que termina en la etapa de la madurez, sobre los cuarenta y cinco a cincuenta años. En verdad, muchas personas desarrollan hoy en día su máximo potencial en esta cuarta etapa, mezcla de juventud y de experiencia a la vez.
Recién como quinta época de la vida, aparece la ancianidad, o vejez. Con un límite un poco incierto en su inicio y con características que varían mucho entre las personas, de acuerdo a la calidad de vida que hayan podido llevar a lo largo de su existencia. Quienes hoy recorren los sesenta o setenta años quizás no transiten por una quinta etapa, debido a las épocas en que les tocó sobrellevar su vida, aunque sí ya por una cuarta, por lo que, en mi opinión, lo de “tercera” está añoso.
Reconocer que no son tres sino más los actuales períodos en la vida de la gente es un punto de partida para planificar mejores formas de socialización, sobre todo teniendo en cuenta que en la mayoría de los países desarrollados y en muchos aún no desarrollados la población está envejeciendo, en relación a los datos demográficos de años anteriores. Después de todo, no solo debe tratarse de prolongar la edad de los seres humanos estirando la fecha de fallecimiento sino asegurando actividades y calidad de vida que permitan a cada uno de ellos el acceso a la dignidad en cualquiera de las etapas que sea. En ese sentido, creo que la medicina y la ciencia –principalmente- vienen cumpliendo con loables objetivos que no se condicen con una planificación responsable de las demás áreas en cuestión. ¿Vos qué opinás...?

El guión del enemigo


No deja de asombrarme. El respeto en la Argentina es algo que ya no está en decadencia: está en el olvido. Y si no, vean el nuevo monstruo político que acaba de nacer, el “Pacto Kirchner-Lavagna”. Considerado por los medios como “inesperado”, cuando en realidad es vergonzoso. Ni más, ni menos.
La Democracia, en la Argentina, es un sistema que se plantea como “representativo”, pero que en la práctica sirve solamente para regalar poder a quienes integran listas partidarias. Nada más que para eso. Este asqueroso pacto lo confirma nuevamente. Quienes se inclinaron en las urnas hace nada más que tres meses por el Sr. Lavagna (“tan solo” 3.200.000 personas) hoy ven como su voto opositor va a parar a las filas de aquello a lo que se oponían. Poco –nada, más bien- le importó al ex ministro que esas estúpidas almas que lo apoyaron hoy se vean absolutamente traicionadas al usar para bien personal aquella cuota importante de poder que le otorgaron. Obviamente, del lado del kirchnerismo es idéntico. Como si los votos fueran para que el votado haga absolutamente lo que se le ocurra en vez de llevar adelante las ideas y posiciones expuestas en la campaña.
También vienen a mi memoria aquellos diputados que cambian de bancada después de llegar a la Cámara, usufructuando de manera traidora el respaldo que la gente le brindó en la elección; la llegada de Kirchner a la Presidencia de la mano de Duhalde a quien después tildó de mafioso (¿y él qué vendría a ser si llegó por aquél?) y tantas otras patrañas políticas como Uds. recordarán, modus operandi propio de delincuentes y logias.
Se me ocurre que la Democracia argentina sigue los lineamientos dispuestos en el guión del enemigo. Parece realmente así. Aquellos intolerantes y fascistas que siempre se resistieron a los “gobiernos del pueblo” hoy ven cómo sus posturas totalitarias parecen justificarse a partir de los desmanes que nuestros políticos cometen con el poder conferido. Nos matan en la calle –los autos o las balas-, nos acechan las potencias comprando (por ahora) nuestras tierras, nuestras empresas y nuestras riquezas, vienen por nuestra naturaleza (y esto va en serio, ya no es algo “del futuro”), y los muchachos de la política autóctona siguen preocupados por espacios de poder, negociando los votos que la gente (inocentemente) les dio. Un guión que nadie mejor que el enemigo podría haber diseñado.
Hace algunos meses señalaba en “De a poco, pero se aprende” cómo la gente iba aplicando premios y castigos a los viejos y corruptos dirigentes que siguen pretendiendo encumbrarse en las cimas. Hoy observo cómo, sin embargo, nuestras cúpulas políticas manosean al “soberano” (¿?) realizando una y otra vez sus “promesas en el bidet”, como diría Charly. ¿Vos qué opinás…?