De a poco, pero se aprende


La noticia alivia. Esperanza. Hasta promete. Pareciera querer torcer aquella vieja premisa de que “el sentido común es el menos común de los sentidos”. Porque la democracia parece hija de la ignorancia (de hecho, las políticas de Estado no han hecho otra cosa que promover ese modelo en las últimas dos décadas), y el antiquísimo truco de cambiar bienes –por demás paupérrimos, por supuesto- por votos siempre termina dando buenos resultados para quienes alimentan el sistema...
Sin embargo, La Rioja dio un nuevo paso para torcer esa constante. El fin de semana, las elecciones en ese distrito parecen haber sepultado para siempre un modelo impuesto por un hijo de esa tierra (hay quienes le dicen hijo de otra cosa...), defenestrándolo en el acto democrático aún en su propio pago chico, Anillaco. Y hubo festejos de quienes habrán sentido vergüenza muchas veces en los ´90 por el hecho de que sea un comprovinciano quien impusiera paradigmas foráneos –una vez más- que tenían beneficios de patas cortas y perjuicios de patas largas que llegarían hasta las mismas bases de la Nación, afectando la economía, el trabajo, la salud y hasta la dignidad de los argentinos “de buena voluntad”.
Los aprendizajes son duros, y son lentos. Sobre todo cuando lo que se enseña es justamente lo que no hay que aprender, y la gente tiene que ser autodidacta a partir de la experiencia solamente, desoyendo marketineros eslóganes de politiquería traidora y métodos perversos de compra de voluntades que apuntan a lo de siempre: el privilegio de los poderosos sobre el sufrimiento de las bases populares.
Hoy La Rioja es una pequeña luz de esperanza en el camino. Que no es la primera, pero que es importante porque parece marcar una maduración consecutiva al derrotar en las urnas al riojano más célebre –lamentablemente- de los últimos tiempos históricos, propinándole una verdadera paliza electoral que, seguramente, lo pondrá en su verdadera dimensión de muerto político de una vez por todas. Una lección que también se aprenderá en el resto del país, y pondrá a la gente (no a los políticos, no a los medios, no a las instituciones corrompidas, a “la gente”) en el primer plano de decisión, un lugar que nunca debiera abandonar. ¿Vos qué opinás...?

¿Para dónde vamos?


Por Pedro León Jáuregui Ávila
del Diario "La Opinión" de Cúcuta, Colombia
para "¿Vos qué opinás...?"


El profesor Gustavo Moncayo llegó, el miércoles 1º de agosto, a Bogotá y se instaló en la Plaza de Bolívar para clamar por un acuerdo humanitario que le permita recuperar a su hijo Pablo Emilio, en poder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).
El educador llegó procedente de Sandoná (Nariño) después de una travesía de 40 días y más de 900 kilómetros; su hijo cumplirá diez años privado de la libertad el 22 de diciembre, por el delito de tener un uniforme.
El presidente Álvaro Uribe Vélez, el jueves, se reunió con Moncayo y luego ofreció una rueda de prensa donde cotejó el sentir de un pueblo cansado de todo lo que ocurre en Colombia.
¿Cansado de qué? De sufrir las presiones de los grupos al margen de la ley y de la falta de políticas serias por parte del gobierno que busquen una solución a la falta de libertad.
Somos un pueblo que no sabemos qué queremos y lo peor es que estamos haciendo lo del avestruz que entierra la cabeza en la arena para no observar el peligro que lo rodea.
La educación y la salud se han privatizado de manera paulatina y las mejores empresas se han vendido.
Lo anterior obliga a preguntar ¿quién va a ganar? con estas determinaciones.
Es deber del Estado brindar educación y salud a los ciudadanos en vez de gastarse el dinero en la compra de armas en detrimento de brindar el mejor servicio a sus electores.
El ciudadano común está cansado de todo, de la falta de sanciones severas a los corruptos que asaltan el erario público y después de tres o cuatro años regresan a las andadas y a disfrutar el producto de lo que robo.
El escándalo de la narcopolítica sirvió para desenmascarar algunos peces grandes pero los tiburones siguen sueltos y creando nuevos líderes para confundir al pueblo con sus imágenes maquilladas.
América Latina se mueve en ese bloque de líderes útiles a los intereses de un grupo minúsculo de dirigentes movidos solo por el crecimiento de sus dividendos que poco le importa el mañana de quienes lo eligieron.
La pregunta es qué vamos a hacer para no seguir camino al despeñadero.

Hoy, como siempre (o peor)


Habitualmente escucho condenar de manera lapidaria a la colonización española. Sus formas, sus violencias, sus ultrajes, sus abusos. Su brutal imposición de la cultura y la religión propias y sus permanentes saqueos de recursos ajenos han provocado, incluso, hasta una disculpa del Papa Juan Pablo II por la actuación de la Iglesia en esos tiempos.
Nadie bien nacido puede celebrar hoy por hoy aquella deleznable manera de instaurar los valores propios, eso queda descartado, por supuesto. No obstante, soy de los que creen que las situaciones deben pensarse lo más fríamente posible en el momento en que suceden y analizarse después tratando de contemplar todos los ingredientes que cultural o emocionalmente integraban los sucesos. Es raro que la gente lo haga así, generalmente se actúa en caliente y después se analiza en frío, conducta equivocada por cierto.
Siguiendo estos preceptos, intento ponerme en aquel lugar –como quien pudiera utilizar la deseada “máquina del tiempo”- y hacerme carne de la situación reinante: encontrar una cultura “inferior” (hoy sabemos que en muchos aspectos no era así), que vestían de manera precaria (y hasta ridícula para ellos, seguramente), que pintaban sus caras de manera primitiva, hablaban lenguajes primarios y vivían –las más de las veces- en condiciones muy inferiores a las de la Europa de la época. Y, ubicándome conceptualmente en cultura y filosofía de hace nada más y nada menos que QUINIENTOS años atrás, me surge la pregunta: ¿Qué otra cosa podía esperarse de quien llegó hasta estas costas? ¿Qué? ¿Qué se abrazaran con los “indios”? (ni siquiera sabían adónde habían llegado). ¿Qué se sentaran a convencerlos de las bondades de la religión cristiana? ¿Qué los trataran como pares? ¿Qué respetaran los Derechos Humanos?
Hace solo treinta años, en nuestro país se asesinaba a la gente por pensar diferente. NO POR TENER UNA PLUMA EN LA CABEZA, HABLAR OTRO IDIOMA O ADORAR DIOSES PAGANOS. No. Por pensar diferente, se la torturaba sin importar si era joven o viejo, hombre o mujer, o si ESTABA EMBARAZADA. Y se la asesinaba y se la tiraba al río... Hoy, en el mundo, el “dueño del planeta” puede invadir cualquier lugar con recursos alegando “peligros terroristas inminentes” y matar a diestra y siniestra a su gente, sin importarle absolutamente nada los tan pregonados “Derechos Humanos”... Hoy, y yendo muy a lo doméstico, los hombres “actuales” se matan a la salida de una cancha de fútbol porque los diferencia la camiseta; no la raza, ni el idioma, ni la cultura, ni la vestimenta –ah, si! la camiseta...-
Desde ya que esta columna no es una defensa a lo indefendible. Simplemente un llamado a la reflexión para que condenemos lo realmente condenable. A que analicemos con la cabeza “caliente” y actuemos con la cabeza fría. A que interpretemos los verdaderos motivos de las cosas. A que estemos atentos y reaccionemos a tiempos vigentes y no a tiempos históricos. A que hagamos verdaderamente de éste un planeta habitable. A que hagamos escuela hoy, SIGLO XXI, en que parece, de acuerdo a mi punto de vista, que la brutalidad es muy superior a la de siglos atrás. ¿Vos qué opinás…?